Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Estados Unidos se ha caracterizado a lo largo de su historia por un respeto a la institucionalidad de todos los sectores y de todos los ciudadanos y es eso lo que ha permitido superar muy graves crisis en la política interna de ese país porque todos los actores se someten a la majestad de la ley y nadie cuestiona el espíritu de la República, basado en el sistema de pesos y contrapesos en el que no sólo son parte los poderes del Estado, sino la misma sociedad mediante el ejercicio, sagrado, de la libertad de prensa que permite a los ciudadanos de cualquier corriente y tendencia, expresar sus puntos de vista.

Todo eso está ahora en serios problemas, no sólo por el constante ataque del poder Ejecutivo hacia la prensa, sino más que todo ahora cuando la Casa Blanca decide enfrentarse de manera frontal con el Congreso en el tema de la investigación que se realiza luego de la queja presentada por un funcionario, quien consideró impropia la forma en que el presidente Trump tuvo una conversación telefónica con el Presidente de Ucrania. Por disposición de la ley, el Congreso tiene la facultad de investigar los hechos y, de considerar que hubo una actuación impropia, aunque no constituya delito, puede votar sobre un juicio político, el impeachment, que es ahora el centro del debate en los Estados Unidos.

Los tres casos previos de juicio político a presidentes se llevaron de acuerdo a lo que manda la ley y con cada uno de los poderes sometiéndose a la majestad de ésta. Andrew Johnson fue el primer Presidente investigado y el proceso se llevó de acuerdo a lo que los “padres de la Patria” habían dispuesto como mecanismo esencial para evitar el abuso en el ejercicio del poder. Luego vino el caso de Richard Nixon, que empieza tras el asalto al cuartel demócrata en el edificio Watergate, en el que el Presidente terminó renunciando para evitar la condena política y, de paso, asegurarse el perdón presidencial dictado por su sucesor. El siguiente fue el de Bill Clinton, que empezó por unos negocios dudosos y terminó centrado en su relación con una interna de la Casa Blanca, lo que generó una condena pública a su comportamiento, sobre todo por el engaño y mentira a la población desde el mismo Despacho Oval.

Hoy en día las cosas han cambiado tanto porque el ciudadano norteamericano se ha vuelto distinto. Lejos están aquellos años en los que un Gary Hart tuvo que deponer su aspiración presidencial por un amorío extramarital, no digamos cuando un presidente fue reprendido por el Congreso por mentir públicamente en forma cínica. Hoy en día, en tiempos de Trump, no sólo la mentira se ha vuelto pan de cada día, sino que además se le perdona haber dicho lo que dijo sobre lo que podía hacer con cualquier mujer gracias a su fama y fortuna porque, como él mismo dijo, puede matar a alguien en la 5ª. avenida de New York sin perder ni un solo voto.

Creo que el problema finalmente no es de Trump, sino de quienes lo arropan y con ello destruyen esa venerada institucionalidad que fue la cuna de una gran nación.

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