Mario Alberto Carrera
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¿Quién puede decir de verdad lo que somos? ¿Quién puede definir lo que es el hombre? ¿Por qué llora, ríe, canta, masacra y asesina a veces lo más querido? ¿Por qué inventa, investiga, descubre y fabrica vida y muerte al mismo tiempo?
Cada vez me convenzo más de que el tiempo en balde ha transcurrido. Que los años y los siglos (¿progreso, desarrollo?) en el corazón humano –en nuestro mundo afectivo– no significan mayor cosa y, en nuestra llamada “razón”, menos. Digo esto porque se supone que en la medida que las eras y las edades transcurren, estratos y estratos de “civilización” debieran barnizar –capa tras capa– a la humanidad no solo de tecnología alienante y distanciante, sino sobre todo de sensible inteligencia y de repartidor altruismo. ¡Pero nada!, somos los mismos de hace 5 mil años o peores. Lo único que hemos ido perdiendo es la pelambre (por eso somos “el mono desnudo”) o tal vez sólo la medio camuflamos con eau de cologne y la corbata italiana de seda y el fino calzado que esconde la garra y la pezuña.
Cuando deseamos algo (el deseo es la derrota del hombre) lo arrebatamos violenta o elegantemente. Violamos en vez de seducir y golpeamos por lo que podríamos haber obtenido con ternura o con diplomacia. No hemos cambiado. Seguimos siendo los de siempre. Los de alarido, los del grotesco grito, los que por la fuerza oprimen mediante un disfraz reptante que llamamos poder (económico).
Política y Ejército
Estoy exhausto de escuchar que el hombre es un ser “racional”, hecho a imagen y semejanza de Dios ¡qué altivez!, como si no fuera la imagen y semejanza de la corrupción y la impunidad. Colosales e interminables discursos hiperbólicos se han creado para incensar a la racionalidad humana y analizarla hasta el fondo más hondo como en la Crítica de la Razón Pura: ¡si Darío tenía toda la verdad en la mano cuando escribió “Los motivos del lobo”!
No hacemos sino hablar con un lenguaje apropiado para mentir. Todo discurso tiene algo de posverdad. Legendariamente se dice que iniciáticamente el hombre se comunicaba por telepatía. Pero sería y fue muy peligroso leernos el pensamiento. Y entonces cambiamos a una lengua fonética capaz de las más abominables mentiras mirándonos a los ojos. Todo hombre es un actor que representa su o sus papeles en el mundo según le vaya yendo en la procesión, con el gran apoyo del lenguaje.
Los filósofos del lenguaje y los poetas afirman contundentes que la lengua es lo que nos hace humanos y que lo que nos hace racionales es precisamente el uso del lenguaje. Pero deberíamos decir que también los más perversos. Y que con él nos presentamos como lo que no somos, como lo que querríamos ser, como queremos que los otros nos piensen.
Hablo, luego existo debió haber dicho Descartes, en vez de pienso (hablo) luego existo. O: cuando hablo casi siempre miento y lo peor es que me miento a mí mismo. En el eterno diálogo interior que sostenemos todo el tiempo hablan y discuten por lo menos dos, a veces tres y, otras, toda una orquesta sinfónica esquizofrénica.
El hombre es lenguaje podríamos decir, pero también podríamos decir otras cosas que lo definen.
La capacidad de inventar muchos metalenguajes para provocar confusión mundial es lo que se lleva; y la tecnología al servicio del “mal”. En el Valle del Silicio dicen que ahora habita Satán.
Terminaremos siendo otra Torre de Babel envuelta en plástico contaminado.