Sandra Xinico Batz

sxinicobatz@gmail.com

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Sandra Xinico Batz
sxinicobatz@gmail.com.

En Guatemala no hay un día en que no se reporten la desaparición de mujeres y el aparecimiento de mujeres asesinadas con señales de femicidio. Otros cientos de casos ocurren, pero no son reportados o cubiertos por los medios de comunicación, lo que no significa que no existan. Los niveles de violencia contra las mujeres son extremos y se manifiestan de distintas maneras. El asesinato es una parte de este ciclo de violencia, que antes de consumarse también ha implicado mucha violencia, tortura física y psicológica, acoso, humillación, amenazas. El patriarcado al igual que el racismo son sistemas de opresión en los que hemos nacido y hemos naturalizado, todo a nuestro alrededor se encarga de reiterar esos patrones de comportamiento como legítimos para asegurar su reproducción, de esta forma se garantiza que socialmente se siga considerando a las mujeres como cosas, que se pueden violar, vender, quemar, escupir, hacer pedacitos.

Guatemala es un país tan religioso como tan violento. Hombres de todas edades creen tener el derecho de tocar nuestros cuerpos sin nuestros permisos y sin que esto sea un delito, se campean felices y orgullosos haciéndolo. En el primer semestre de este año se han registrado 721 embarazos en niñas que fueron violadas, en la mayoría de los casos por personas cercanas a ellas, porque la familia tampoco significa un espacio seguro para las vidas de las mujeres, ya que muchas mujeres son asesinadas por sus propias parejas o esposos quienes por años ejercieron violencia sobre ellas.

No corresponde a las mujeres la tarea de transformar a los hombres, se trata de la urgente necesidad de cambiar la forma en que estamos aprendiendo a relacionarnos, se trata de contrarrestar lo que se nos impone desde todos los frentes, se trata de cambios sociales que debemos insistir en provocar. No podemos actuar como que, si nada ocurriera mientras que hombres de nuestros propios círculos violentan a otras mujeres, no podemos seguir alimentando las actitudes misóginas de los hombres cuestionando siempre en primer lugar la credibilidad de las mujeres, en lugar de asilarlos a ellos y evidenciarlos para que sientan vergüenza. No podemos olvidar sus nombres y sus acciones, por justicia.

No es normal que las mujeres tengamos que cuidarnos y defendernos en todos los espacios porque existe siempre el riesgo de que algo nos pueda pasar. Que tengamos que cuidarnos de nuestros propios “compañeros” que terminan siendo grandes acosadores. Hace unas semanas una joven denunció a Paulo Alvarado por violación y violencia contra la mujer, una acción valiente porque denunciar la violencia machista en una sociedad misógina requiere de agallas. Paulo Alvarado no sólo ha sido evidenciado como violador y violentador de mujeres, sino que también se evidenció a las personas que lo han legitimado con su silencio o al seguir permaneciendo a su alrededor aun sabiendo todo esto. No hará falta quien vocifere que buscamos venganza, esta es una forma cómoda de evadir responsabilidades, porque lo que buscamos es justicia y respeto. Se trata de que nos dejen vivir.

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