Factor Méndez Doninelli
El próximo 20 de octubre se conmemora en Guatemala el 75 aniversario de la gesta revolucionaria que expulsó del Poder público al último dictador liberal, el General Jorge Ubico Castañeda, quien gobernó el país durante catorce años (1930-1944).
Cuando se escribe sobre la Revolución de 1944 en Guatemala, se alude al acontecimiento histórico, político, social y cultural más trascendental de la primera mitad del siglo pasado. Este suceso tuvo una existencia de diez años (1944-1954) y siempre he sostenido que ninguno de los Gobiernos que vinieron después de la gesta revolucionaria hasta el presente día, han igualado mucho menos superado los avances políticos, sociales, económicos y culturales alcanzados en esa década.
La revolución guatemalteca fue interrumpida violentamente en 1954, debido a una invasión mercenaria organizada, financiada y ejecutada por el Gobierno estadounidense por medio de la Agencia Central de Inteligencia (CIA por sus siglas en inglés) y la confabulación de actores nacionales, un puñado de militares traidores, las élites económicas, empresariales y la jerarquía de la iglesia católica.
Debido a esa intervención estadounidense en 1954, la revolución y sus programas sociales, económicos, políticos y culturales están pendientes de concluir, es decir, se trata de un proceso inconcluso. Ese nefasto acontecimiento hizo retroceder al país y a su población.
La causa de la invasión fue el falso argumento esgrimido por el Gobierno estadounidense, de que el presidente Jacobo Árbenz Guzmán y su Gobierno eran “comunistas”, debido a que Árbenz defendió los intereses nacionales y aturdió los de grandes capitalistas norteamericanos, en especial los jugosos monopolios como la United Fruit Company y otros que controlaban servicios estratégicos esenciales, comunicaciones (telégrafo, teléfono), servicio de energía eléctrica, ferrocarril, puerto y muelle de Puerto Barrios en el departamento de Izabal.
La invasión mercenaria imperialista fue sangrienta e inició el proceso de involución del país y de sus habitantes, hoy Guatemala es una de las naciones más desiguales de América Latina, predomina la corrupción e impunidad, la mitad de los niños menores de cinco años padecen desnutrición crónica, aumentó la pobreza de la gente. La inseguridad pública está desbordada, elevadas tasas de homicidios, femicidios, asaltos, extorsiones, secuestros y robos al patrimonio familiar. Falta de escuelas y educación de calidad, acceso a la salud, servicios hospitalarios y medicinas.
75 años después de la gesta revolucionaria que se interrumpió en 1954 la mayoría de la población vive en precarias condiciones de vida. Las consecuencias de esa intervención fueron nefastas para la población guatemalteca: pérdida de libertades, represión, genocidio, prácticas contrainsurgentes y violaciones sistemáticas a los derechos humanos (DD. HH.) Progresiva corrupción e impunidad, desmedida voracidad de las élites, explotación de mano de obra, destrucción de recursos naturales, falta de acceso a la educación y salud.
75 años después, el país exhibe los peores indicadores sociales y culturales de toda la historia. Índice de Desarrollo Humano, último lugar en Centroamérica. Pobreza y pobreza extrema en aumento. Alto porcentaje de analfabetos. Mortalidad infantil por enfermedades prevenibles y curables. Desnutrición crónica infantil en menores de cinco años. Altos índices de mortalidad materna infantil. Incremento de violencias estructurales y sociales, así como, emigración.
Además, cooptación del Estado por redes criminales de narcotraficantes transnacionales coludidos con funcionarios públicos, diputados, militares, empresarios, policías, políticos y demás impresentables. 75 años después de la revolución interrumpida, el país sigue a la zaga.