En el Congreso de la República se ha planteado ya la solicitud para que sea destituido de su cargo el Procurador de los Derechos Humanos, Jordán Rodas, simple y sencillamente porque en el ejercicio de sus funciones ha actuado en estricto apego a su mandato contenido en la Constitución Política. Es un Comisionado del Congreso, pero no es su empleado ni subalterno porque su campo de acción es amplio y está obligado a velar por la vigencia de los derechos humanos en todo el territorio nacional y emitir condenas públicas cuando se produzcan situaciones o hechos que los pongan en riesgo.
Claramente hay que definir el problema de Jordán Rodas. Él ha sido uno de los acompañantes de la lucha contra la corrupción porque entiende que ese vicio afecta derechos humanos porque limita la capacidad del Estado de ejecutar políticas orientadas a la búsqueda del bien común y del bienestar de la población. Y como el Congreso se conforma en buena medida por miembros del Pacto de Corruptos, es natural que las actitudes del PDH sean mal vistas y resulten molestas a quienes están empeñados y comprometidos a consolidar el reino de la impunidad que facilita el saqueo de los fondos públicos.
Así de sencilla es la controversia. No hay que hacer análisis profundos para entender la inquina que le tienen esos diputados que se están moviendo para removerlo del puesto en abierta violación de la ley porque, sin duda alguna, lo que les molesta es que el Procurador de los Derechos Humanos haya cumplido con sus funciones y que en ese esfuerzo haya entrado en conflicto con las acciones que ellos se han propuesto y que siguen impulsando en los últimos meses de la legislatura.
La idea de que el PDH por ser un Comisionado electo por el Congreso se convierte en subalterno de los diputados es otra de las aberraciones que hemos visto en este período constitucional en el que el Estado de Derecho, tan cacareado, se lo han pasado tantos por el arco del triunfo. No hay, en el caso del Procurador, expresiones de repudio a la forma en que se quiere violentar la legalidad proveniente de los sectores más conservadores que nunca han apreciado el sentido y razón de la protección de los derechos humanos que, como en los tiempos de Lucas, siguen considerando como tema de “los izquierdos humanos”, célebre frase expresada en aquellos años de represión y brutalidad en el ejercicio del poder.
No es maniqueísmo afirmar que, en este caso, estamos presenciando una lucha entre el bien y el mal.