Adrian Zapata

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Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Por: Adrián Zapata

La semana pasada, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, dio su discurso ante la 74ª Asamblea General de la ONU. Comenzó con dos cuestiones peculiares. Una fue saludar a su esposa y a su hija desde el podio y la otra fue tomarse una selfie delante de todos, sin dejar de hacer la sonrisa posera que todos hacemos cuando una cámara nos apunta. Luego dijo: ojalá haya salido bien.

Su discurso fue una loa a la comunicación a través de las redes sociales, aunque en algunos momentos hizo referencia a los grandes problemas mundiales relacionados con la pobreza y el deterioro ambiental, pero siempre enfocados desde la perspectiva de las comunicaciones por internet.

El millennial Nayib aprovechó sus minutos en ese escenario mundial para reivindicar con entusiasmo las comunicaciones por internet, su rol revolucionario en el orbe. Explicó cómo ganar elecciones a través de ellas, cómo hacer movilizaciones sociales y cómo gobernar; incluso criticó a la ONU por su atraso y propuso, otra vez, la internet para que dicho organismo internacional pudiera funcionar de manera democrática, ya que “Los dispositivos móviles son el futuro de la Asamblea General”. Seguramente el twittero Donald Trump estará completamente de acuerdo con esta valoración de las redes sociales.

Hay que decir, al escuchar su discurso, que tiene toda la razón en relación al rol que juegan las comunicaciones por internet en el mundo actual. El colosal desarrollo tecnológico en esta materia es sorprendente. Nuestra generación, la que ya va de salida, nunca imaginó que eso pudiera existir.

Pero que un Jefe de Estado dedique sus minutos de oro ante el principal escenario político mundial a ese propósito es preocupante. El presidente Bukele goza de tremenda popularidad en su país, es el mandatario latinoamericano que más alto califica en esta materia. Después de escuchar su mensaje mi opinión es que es significativamente fuerte su capacidad de construir imagen, pero lamentablemente se atreve a banalizar lo serio. La distancia entre un desafiante modelo de hacer política que cuestione los esquemas tradicionales que la sustentan y el histrionismo superficial del cual hizo gala el Presidente salvadoreño es muy grande.

Nada sustancial hubo en el contenido de lo expuesto, en términos de política internacional seria, profunda y con contenido. Fue dramática su superficialidad y muy clara la capacidad que tuvo de parecer simpático sin decir nada que lo comprometiera con alguna posición política. Puros “lugares comunes”, sin comprometerse con nada, navegando en el mar de la frivolidad.

La diplomacia salvadoreña tiene en el discurso de su Presidente ante la ONU un rumbo claro: la mediocridad. La superficialidad es su divisa.

Los migrantes salvadoreños en Estados Unidos todavía estarán incrédulos sobre cómo su Presidente pudo ignorarlos ante la ofensiva inhumana en contra de los “ilegales” por parte del gobierno norteamericano. Pareciera que este trascendental tema lo tendrán que resolver los migrantes vía Twitter, o tal vez Instagram, o quizás en Facebook, siguiendo los modernos consejos de su Presidente.

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