Raul Molina Mejía

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Nació el 20/02/43. Decano de Ingeniería y Rector en funciones de USAC. Cofundador de la Representación Unitaria de la Oposición Guatemalteca (RUOG) en 1982. Candidato a alcalde de la capital en 1999. Profesor universitario en Nueva York y la Universidad Alberto Hurtado (Chile). Directivo de la Red por la Paz y el Desarrollo de Guatemala (RPDG).

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Raúl Molina

La independencia de España fue hito histórico y, aun sin producir transformaciones sociales y económicas, abrió la etapa política que llevó a la construcción del Estado de Guatemala. En pocos años, sin embargo, al igual que ocurrió en el resto de América Latina, se pasó de la independencia política a la dependencia económica. La condición de país periférico del imperio estadounidense, que es ofensiva para los pueblos, fue sacudida por varios movimientos revolucionarios, desde la Revolución Mexicana en 1910; pero los resultados han sido limitados o cancelados. Nuestra Revolución de Octubre de 1944, al plantearse la verdadera soberanía nacional, pese a hacerlo dentro de un marco capitalista, rompió con los elementos de dependencia más evidentes. Después de la fase inicial de vigencia de derechos humanos, el gobierno de Jacobo Árbenz pasó a dos proyectos liberadores: Jurún Marinalá, para romper el monopolio foráneo de la energía eléctrica; y la carretera al Atlántico, para terminar con el monopolio del ferrocarril. También realizó la reforma agraria para producir en función nacional y no de la Compañía Frutera, el pulpo estadounidense que dominaba el negocio del banano y la economía nacional. La idea de la independencia económica, con el nombre de segunda independencia, fue formulada por Fidel Castro, en la Cuba socialista, y posteriormente por Salvador Allende, en Chile que buscó la vía socialista de manera constitucional y democrática. También formó parte de la utopía que atrajo a los movimientos revolucionarios del siglo XX.

La independencia económica es un propósito revolucionario vigente, si bien su concreción se ve muy lejana en un mundo cada vez más globalizado y sometido a los intereses de las grandes potencias. Peor aún, los sectores progresistas de la región latinoamericana tratan de escapar hoy de la manipulación política del imperio estadounidense, la cual se ha acentuado con las traiciones de las clases políticas nacionales y la alianza permanente de los sectores de poder económico local con los grandes capitales de Estados Unidos. Las dos acciones recientes del gobierno retratan a ese sector nacional que vive para servir a los amos: el Acuerdo de “Tercer País Seguro” para ofrecer a nuestro país como muro frente a la migración centroamericana y cárcel de connacionales deseosos de migrar al norte; y el estado de Sitio en el nororiente del país, para proteger los intereses de las empresas, particularmente extractivas, los cultivos de exportación y el narcotráfico manejado por cárteles, capos locales y ex y actuales militares. Así ocurre, porque la globalización neoliberal ha exacerbado dos males relativamente nuevos dentro de la permanente situación de explotación del país: la corrupción y la impunidad. Avanzamos en su eliminación gracias a la CICIG y a figuras locales de gran valía; pero el Pacto de Corrupción se atrincheró, blindó al mandatario acusado de grosera corrupción y ha colocado a uno de sus elementos para conducir el país a partir de 2020. Nos esperan más luchas y con mayor firmeza, para producir la revolución ética que nos permita afirmar la independencia política y producir la económica.

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