Raymond J. Wennier
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Cuando se habla de visitas, generalmente hablamos de ver y recibir en casa a las personas que tenemos cerca y a quienes vemos a menudo. Otra cosa es hablar de las visitas que recibimos una o dos veces al año.
Esta es nuestra situación; nuestro hijo y su familia han vivido en Alemania por los últimos diez años y todo apunta a que seguirán en ese país, quién sabe cuántos años más. El domingo pasado terminó su visita de quince días con nosotros.
Como le dije al despedirlo, es muy fácil recibirlo con los brazos abiertos y el corazón saltando de gozo. Durante su visita, nos ayudó en todo sentido; haciendo encargos, llevando a Carmen a hacer mandados, ayudando en las tareas de la casa, reorganizando espacios físicos, aconsejando, acompañando las visitas al médico y todo lo que puedan imaginar que un hijo hace por sus padres.
Sin embargo, lo más valioso e importante fueron esos ratos de conversación sobre todo tipo de temas, hablando como adultos informados y conscientes de lo que pasa; varias veces terminamos riendo y otras llorando al tratar temas mucho más serios que la vida obliga a ver de frente y te dice que hay que tener los asuntos terrenales y los del cielo en orden. Uno de los momentos más emotivos fue la visita inesperada de la Virgen Peregrina de Fátima.
Lo más difícil fue encarar el momento de su regreso. Como dije, es fácil recibir pero dar ese espacio y ese tiempo de despedir, es mucho más difícil. En quince días nos acostumbramos a su presencia, a su amor y a su ayuda; valga decir, también a sus consejos. Ahora, no sé cuánto tiempo nos tomará volver a las rutinas que nos impone la actual situación que estamos viviendo.
Gracias a la tecnología, les hablamos muy a menudo, cara a cara, con buen audio y buena imagen; los niños nos cuentan de sus estudios y su deporte; Sonia y Raymond John comparten de su trabajo y de su diario vivir pero… no es lo mismo. Un abrazo tecnológico no es lo mismo que un apapacho físico.
Bueno, una visita tan agradable, hace una impresión en el corazón que tarda toda la vida y damos gracias a Dios por haberlo tenido aquí aunque fuera por quince días.
Nuestros amigos y familiares respetaron esa privacidad y sabemos que ahora volverán a estar pendientes de nosotros como siempre han estado. Los amigos se convierten en hijos, en hermanos y nosotros recibimos de Dios, el regalo de tener cientos de hijos del corazón, en los que dejamos una semilla que hoy florece en amor y tenemos amigos que son ángeles, que están a nuestro lado constantemente, de día y de noche.
¿Qué más podemos pedirle a Dios? Él y su Santa Madre, nuestra también, están con nosotros; como Carmen dice, María nos lleva una mano, Jesús la otra y San José abre el camino.
Gracias hijo por tu visita y gracias amigos por las suyas.