Juan Jacobo Muñoz
Aquel hombre era verdaderamente un patán y un maltratador. Aun así, había conseguido que aquella mujer aceptara casarse con él.
Él no podía dejar de buscar el auxilio de otras mujeres para chapucear su mermada autoestima, y era tan burdo en lo que hacía, que más que por la sensualidad, utilizaba el dato para descargar su ira, ostentar poder y portarse sádico. El blanco de su agresividad, era la mujer aquella que hacía de su esposa.
Llevaba mujeres a su casa, y sorprendentemente su cónyuge le preparaba viandas a él y las invitadas que incluso se quedaban a dormir con él en la cama de ambos; mientras ella pasaba la noche en algún sillón, tapada con una frazada. No cabe duda que el trastorno de identidad de género más difundido, es el machismo.
Un día, aquel macho cabrío, aprendiz de lúbrico, llegó con rostro desencajado y en actitud infantil a su casa. Se dirigió directamente a su esposa y gimoteó que estaba enfermo de algo en esa región que parecía utilizar tanto y que le enorgullecía en su autodefinición de hombre.
La esposa lo examinó diligentemente y vio la influencia de Venus en todo aquello. Lo tranquilizó, lo tomó de la mano como si hubiera sido un niño y lo llevó donde un médico, que inmediatamente confirmó el diagnóstico. La conducta licenciosa y la concupiscencia habían hecho de las suyas en aquel frágil y patético remedo del dios Pan.
El médico fue espléndido en explicaciones y recomendó un tratamiento rápido y eficaz. Sugirió un período de reposo a la parte enferma y nada más. El hombre asustado, preguntó con angustia si todo volvería a ser como antes, a lo que el galeno con suficiencia muy docta y una sonrisa condescendiente, respondió que sí.
Volvieron a casa, se cumplió el tratamiento y todo bien. Pero inesperadamente, la señora desarrolló una enjundia sensual nunca antes vista en ella. Todo para desconcierto de aquel antiguo incitador, que quedaba perplejo y tartamudeando preguntaba si estaría bien hacer cosas así, en pleno tiempo de convalecencia. La señora era comprensiva con las preguntas y reforzaba las palabras del médico, diciendo que todo debía ser normal, como antes.
De manera inesperada, y cada vez que se daba el choque de cuerpos, la señora con alguna sutileza dirigía tímidamente la mirada a la región sagrada y templo en fase de restauración. El señor lo notaba y asustado preguntaba por qué hacía aquello.
Ella solamente sonreía con candor y le decía que no era por nada, simple curiosidad tal vez. Pero no dejaba de hacerlo, y como eran tantas veces, por encontrarse ella en aquel extraño período de manía lujuriosa, el señor terminó por atormentarse y por consiguiente a desconfiar de sí mismo y de su virilidad; la que, dicho sea de paso, siempre había estado en duda en su inconsciente.
Fue tanta la insistencia de la inocente mujer, que el hombre, si es que se le puede decir hombre a cualquier cosa; perdió la capacidad de serlo en sus precarios términos y de pronto se vio a sí mismo, totalmente incompetente para aquello que había sido hasta hacía poco tiempo, su mejor carta de presentación.
La señora fue magnánima y en consecuencia mostró grandeza de espíritu y generosidad. Le dijo a él que no se preocupara. Que ella entendía bien que, en tales circunstancias, las mujeres en la calle lo despreciarían, no sin antes burlarse de él; pero que ella era capaz de guardar el secreto y de convivir con eso. Y sugirió que, en adelante, estuviera tranquilo y descansara. A él no le quedó más remedio que acatar, y se dedicó a estar en casa.
Si alguna vez te preguntaste como hacen switch las relaciones sadomasoquistas, aquí tenés un buen ejemplo de la vida real.