Edith González

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Nací a mediados del siglo XX en la capital, me gradué de maestra y licenciada en educación. He trabajado en la docencia y como promotora cultural, por influencia de mi esposo me gradué de periodista. Escribo desde los años ¨90 temas de la vida diaria. Tengo 2 hijos, me gusta conocer, el pepián, la marimba, y las tradiciones de mi país.

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Edith González

Era niña cuando inició el conflicto armado que duró 36 años, hasta la firma del último de los Acuerdos de Paz. El de la Paz Firme y Duradera el 29 de diciembre de 1996. Discursos, aplausos, sonrisas, abrazos, luces y alegría eran las muestras de la población ante este hecho.

Creímos que la vida sería distinta, podríamos caminar tranquilos sin el espanto de bombas panfleteras, ataques en las calles, secuestros y asesinatos.

Cuando miro mi ciudad observo que la transformación física es completa, centros comerciales, maratones por las tardes, pasos a desnivel, residenciales, calles alumbradas y mucho desarrollo. Nada que ver con lo que teníamos 23 años atrás. Pero no todo es distinto. Las carreteras son igual de peligrosas, asaltos, extorsiones y bloqueos en los caminos nos hace recordar esos 36 años, y a esas personas que llamándose comandantes engañaron y reclutaron jóvenes y pobladores con la mentira de una vida mejor. Lo que no les dijeron era para quién era esa mejor vida. Los campesinos siguen igual, nunca construyeron una escuela, ni abrieron un centro de salud, no introdujeron agua, construyeron letrinas ni proporcionaron luz a una comunidad. Lejos de ello, botaron puentes, derribaron plantas eléctricas, aterraron a las poblaciones y se aprovecharon de ellas.

Ya no tenemos guerrilla, ahora los delincuentes comunes, los invasores de fincas, los traficantes de drogas y personas son los que enrolan a las poblaciones, cambiándoles sus valores, transformándoles en delincuentes y peor en asesinos.

Con la tragedia de Panzós los delincuentes aprendieron a esconderse tras los niños y las faldas de las mujeres. Lo repitieron en la Cumbre de Alaska, donde provocaron la muerte de 6 personas y muchos heridos. Y más recientemente en El Estor donde desarmaron, secuestraron y asesinaron a 3 elementos de una patrulla militar, luego que participaran en una diligencia por la localización de una aeronave del narcotráfico.

“Los grupos de rescate del Ejército llegaron al lugar, pero la población les impidió el ingreso. En la escuela el grupo de presuntos narcotraficantes armados y pobladores amenazaron con ejecutar al personal militar retenido”, dijo Oscar Pérez, jefe de Prensa del Ejército, lo que finalmente realizaron.

Y muchos nos preguntamos, dónde está la presencia del Estado para evitar, contrarrestar y erradicar estas acciones delincuenciales que cual lepra contagian y destruyen, nuevamente, con la promesa de una mejor vida… Manchada de sangre.

Como una ironía del destino el cuerpo de un miembro de la patrulla del Ejército de Guatemala asesinado por la población civil, fue retornado a esa misma tierra en donde dejó su sangre y ofrendó como héroe su vida; porque era originario de ese lugar. Allí vive su familia, allí abrió los ojos a la vida para soñar con una vida de éxito y un mejor futuro para su familia. Allí donde su vida empezó hoy su cuerpo descansa mientras que su acción heroica de defensa permanecerá en la memoria histórica de Guatemala.

Descansen en paz Carlos Esteven Mayén Cabrera, Isaías Beleu Caal y César Augusto Leonel Ceb Tun.

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