Luis Enrique Pérez
En las controvertidas elecciones generales del pasado 16 de junio, los candidatos presidenciales que oficialmente obtuvieron mayor número de votos fueron Sandra Torres y Alejandro Giammattei. Ella obtuvo una ventaja de 10%. Ya que ninguno de ellos obtuvo mayoría absoluta de votos, se celebró una nueva elección, el pasado 11 de agosto. El candidato ganador fue Giammattei, que obtuvo una ventaja de 16%.
En la nueva elección, el número de votos que obtuvo Giammattei se incrementó desde 12% hasta 58%, o casi cinco veces, y el número de votos que obtuvo Torres se incrementó desde 22% hasta 42%, o casi dos veces. Parece sensato creer que una proporción de ese incremento de votos que obtuvo Giammattei fue aportada por ciudadanos que votaron por él mismo; y que una proporción fue aportada por ciudadanos que no querían que Torres fuera el próximo Presidente de la República, es decir, no votaron precisamente por Giammattei, sino contra ella.
Creo que es verosímil esta hipótesis: la mayor proporción del incremento de votos que obtuvo Giammattei fue aportada por los ciudadanos que votaron contra Torres. Un motivo de verosimilitud de esa hipótesis es que encuestas que eran más confiables que inconfiables detectaron una cuantiosa proporción de ciudadanos que jamás votaría por Torres, y una escasísima proporción de ciudadanos que jamás votaría por Giammattei.
Y yo mismo, en la vida cotidiana, en conversación con ciudadanos de los más diversos estratos sociales, comprobé que la intención de ellos era votar contra Torres. Se incluía la intención de aquellos ciudadanos pobres que no pretendían beneficiarse del subsidio prometido por Torres. Estos ciudadanos argumentaban, por ejemplo, que ella “regalaría” dinero y alimento a quienes no estaban dispuestos a trabajar tan esforzadamente como ellos. Y pocos minutos después de emitir mi voto, mil veces contra Torres, encontré a un joven que mostraba en la mano la señal de haber votado. Le pregunté: “¿Puedo saber por quién votó?” Y me respondió: “Por supuesto, señor: por Giammattei.” Y pregunté: “¿Por qué por él?” Esta fue su respuesta: “Trabajo mucho y estudio ciencias jurídicas; y no quiero un Presidente de la República que se dedique a mantener haraganes”. Un motivo expuesto por ciudadanos no pobres fue el temor de que Torres promoviera la socialización del país. Estos ciudadanos creían que si ganaba Torres, entonces, por ejemplo, el dinero que tenían ahorrado en un banco podía ser confiscado, o sus bienes inmuebles podían ser expropiados; o podía haber un aumento del valor de los impuestos, o podía aumentar el número de impuestos, o Guatemala sería una nueva infernal Venezuela.
En el supuesto de que la hipótesis es válida, el producto de la nueva elección ha sido más derrota de Torres que triunfo de Giammattei. Similar fue el caso en la nueva elección presidencial del año 2015: el voto contra Torres contribuyó a la victoria del actual presidente Jimmy Morales. No pretendo despojar a Giammattei de los méritos que real o presuntamente tiene, por los cuales pudo competir en una segunda elección. Tampoco pretendo que, hincado, le agradezca a Torres haber sido ella un predestinado contendiente derrotado. Pretendo insinuar que Giammattei debe gobernar tan eficazmente que quienes, por ansiar la derrota de Torres, lo convirtieron en un mero refugio electoral, lo conviertan en aquel por el cual hubiera sido acertado votar por él mismo.
Post scriptum. En una próxima elección presidencial, si Sandra Torres vuelve a ser candidata, y tiene que competir en una nueva elección, su contendiente será probablemente ganador.