Eduardo Blandón
Cada vez se ahonda más la brecha entre los políticos y la ciudadanía en general. Me refiero no solo al aspecto personal que no es ni siquiera importante sino para el cotilleo, sus inclinaciones o perversiones, sus antipatías o degeneraciones morales, sino a su accionar en el espacio público. Hay un divorcio entre la vida política y el quehacer de la experiencia ordinaria de las personas.
Un momento relevante de dicha distancia lo constituyen las elecciones. Destacar que un 57.3 por ciento de la ciudadanía se abstuvo de participar recientemente en la Segunda Vuelta Electoral, significa el reconocimiento de que eso que llaman “vida democrática” a muchos les viene del norte. No les atañe, no es para ellos porque quizá a la larga no les gusta jugar en un tablero amañado.
Sí, cabe conjeturar las razones. Tablero amañado por los políticos de turno, poca educación cívica, inconveniencias prácticas, indisposición anímica, incompatibilidad ideológica… baraje lo que baraje, el resultado es el mismo: el sentimiento de que el universo político no cala en la intimidad de la vida y se vuelve incompatible con las aspiraciones personales.
Cabría suponer que una realidad así les preocupe a nuestros artesanos políticos, sin embargo, no es así. La verdad es que nuestra indiferencia les beneficia, no les importa ganar las elecciones con pocos votos ni que sus fanfarronerías solo sean materiales para memes digitales. El divorcio entre ellos y nosotros es parte del sistema, así se ajusta la estructura y ellos salen vencedores en las contiendas electoreras.
Es cierto que a veces se asustan con las protestas, pero tienen suficiente cintura política y paciencia para sortear nuestras llamaradas de tuza. Saben que lo nuestro es puro impulso, nunca un ardid planificado para trascender las molestias puntuales que violentan nuestro espíritu. Tienen aceitado el mecanismo que funciona con precisión de relojero. Estamos bastante bien copados, medios de información, redes sociales, amedrentamientos, sucesos imprevistos… lo que sea, manejan con propiedad nuestro pulso nacional.
Infortunadamente el contexto no puede ser peor. El país no puede salir adelante con la ficción de que basta que unos pocos gobiernen y que la mayoría ignorante los deje hacer la gestión. Quizá en los libros funcione y el espacio de libertad a la que se refieren les permita la afirmación de políticas pública que generen el desarrollo. En la realidad, esa disposición de Gobierno solo ha servido para el beneficio de los grupos que se organizan para su conveniencia. Mientras eso suceda, esa falta de diálogo y participación en la vida política nacional solo puede asegurarnos lo que tenemos hasta hoy: pobreza, marginación y distribución desigual de la riqueza. No podemos seguir por los mismos senderos porque efectivamente no nos ha funcionado.