Amy Goodman y Denis Moynihan
El presidente de Estados Unidos, Donald J. Trump, declaró en el Desayuno de Oración Nacional de este año: “Todas las vidas son sagradas y toda alma es un preciado regalo del cielo”. Tamaño gesto cristiano por parte de Trump resultaría cómico si no fuera por sus políticas tan crueles y, a menudo, letales. Un ejemplo son los solicitantes de asilo que cruzan la Frontera Sur de Estados Unidos. Cientos de miles de personas huyen de la violencia en Honduras, Guatemala, El Salvador y México. La presencia cada vez más violenta y militarizada de las fuerzas de seguridad en la frontera ha conducido a los desesperados migrantes a aventurarse más allá de los pasos fronterizos oficiales, obligando a muchos de ellos a embarcarse en peligrosas travesías por los sofocantes desiertos del suroeste de Estados Unidos. Un geógrafo y educador llamado Scott Warren, que trabaja como voluntario en los grupos de ayuda humanitaria “No más muertes” y “Samaritanos de Ajo”, está siendo juzgado por un tribunal federal en Tucson, Arizona. Si se le declara culpable, podría pasar 20 años en prisión por brindarles a los migrantes, según el propio texto de la acusación, “comida, agua, camas y ropa limpia”.
Antes de dirigirse al tribunal para afrontar el primer día del juicio, Scott Warren le concedió una entrevista a Democracy Now!: “Todos los días, en la región fronteriza, migrantes, refugiados, personas que cruzan la frontera o que vienen del desierto y corren el riesgo de morir, golpean las puertas de la gente. Necesitan agua, necesitan alimentos, necesitan atención médica básica y necesidades básicas. Y la gente a lo largo de la región fronteriza sigue respondiendo, ofreciéndoles un vaso de agua a estas personas, ofreciéndoles algo de descanso y algo de comida. Y, francamente, no veo que eso vaya a cambiar”.
En la mañana del 17 de enero de 2018, la organización “No más muertes” publicó un informe y un video donde se denunciaba la interferencia de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP, por sus siglas en inglés) en la entrega de ayuda humanitaria. El informe especificó: “En el desierto que rodea la frontera entre Arizona y México, donde miles de personas mueren por deshidratación y enfermedades relacionadas con el calor, los agentes de la Patrulla Fronteriza están destruyendo litros de agua destinados a los migrantes. Los agentes de la Patrulla Fronteriza acuchillan, pisotean, patean, vacían y confiscan las botellas de agua que los voluntarios de ayuda humanitaria dejan a lo largo de las rutas que utilizan los migrantes en el desierto de Arizona. Estas acciones condenan a quienes cruzan las fronteras al sufrimiento, la muerte y la desaparición”.
Los videos de agentes fronterizos vaciando bidones con litros de agua se volvieron virales. Para las 5:30 de la tarde, agentes policiales se establecieron frente al puesto conocido como “El granero”, un lugar cerca de Ajo, Arizona, a 65 kilómetros de la frontera, donde los voluntarios se reúnen y ocasionalmente llegan inmigrantes en busca de ayuda. Dos hombres migrantes fueron detenidos allí, y Scott Warren fue arrestado: “El informe fue publicado esa mañana; los agentes establecieron un puesto de vigilancia alrededor de ‘El granero’ esa tarde y me arrestaron esa noche”.
Catherine Gaffney también es voluntaria de “No más muertes”. Más de 7 mil muertes de migrantes han sido registradas en la región fronteriza en los últimos 20 años, pero, según ella, la cifra se queda corta. En una entrevista para Democracy Now!, señaló: “No solo existe la supresión del derecho de las personas a recibir alimentos, agua y atención médica, sino también del derecho a brindar alimentos, agua y atención médica. Es realmente sorprendente que persigan el trabajo de ayuda humanitaria en el área de Ajo, porque muchas de las muertes que se están reportando son halladas por los voluntarios de ayuda humanitaria. El hecho de que ahora estén intentando reprimir a los trabajadores humanitarios que van al desierto es pavoroso, y sugiere realmente que no solo se dejará morir a la gente, sino que esas muertes no serán descubiertas y el verdadero alcance de esta crisis no será registrado”.
Nadie en ese Desayuno de Oración Nacional de febrero le reclamó a Trump por su tratamiento decididamente muy poco cristiano hacia los migrantes. El Papa Francisco sí se refirió a los migrantes recientemente en una declaración sobre el 105º Día Mundial de los Migrantes y Refugiados que celebra el Vaticano el 29 de septiembre. El Papa escribió: “Los signos de maldad que vemos a nuestro alrededor aumentan nuestro miedo al ‘otro’, a lo desconocido, lo marginado, lo extranjero. (…) Pero el problema no es que tengamos dudas y temores. El problema es cuando condicionan nuestra forma de pensar y actuar hasta el punto de volvernos intolerantes, cerrados y quizá incluso, sin darnos cuenta, racistas”. El pontífice agregó que los migrantes y refugiados “a menudo son despreciados y considerados como la fuente de todos los males de la sociedad”.
El Papa asume que muchos podrían ser racistas “sin darse cuenta”. El caso de Trump es completamente distinto. Fue un entusiasta líder del movimiento “birther”, que afirmaba sin ningún asidero que Barack Obama no nació en Estados Unidos, con el objetivo de deslegitimar su presidencia. Cuando Trump anunció su candidatura presidencial en 2015, dijo sobre los mexicanos: “Traen drogas, traen crímenes, traen violaciones. Son violadores”. Más adelante, tras las violentas manifestaciones supremacistas en Charlottesville, Virginia, que terminaron con una activista antifascista asesinada, expresó: “Hay buenas personas en ambos lados”.
Sí, esas fueron las palabras del presidente Trump. Dijo que entre los nazis y miembros del Ku Klux Klan que portaban antorchas en las marchas en Charlottesville, Virginia, había “buenas personas”. Con el apoyo de su asesor antiinmigración de línea dura Stephen Miller, Trump critica incansablemente a migrantes, musulmanes, mexicanos, haitianos y a aquellos que, según él, viven en “chozas” en “países de mierda”.
La parábola del buen samaritano ocupó un lugar destacado en el Desayuno de Oración Nacional. Scott Warren es un samaritano del mundo real que camina por el desierto, entre los huesos y los restos en descomposición de los migrantes, para extender una mano de ayuda a los extraños desesperados que lo necesitan. En lugar de juzgarlo, el gobierno de Trump debería homenajearlo, así como ordenarles a los agentes fronterizos que repartan agua en lugar de destruirla. ¿Qué haría Jesús si se encontrara en esta situación?