Luis Enrique Pérez
El Tribunal Supremo Electoral pudo haber actuado o no actuado fraudulentamente; y persiste una controversia sobre esa cuestión. Empero, hay tres hechos. Primero, ese tribunal reconoció oficialmente que Sandra Torres y Alejandro Giammattei fueron los candidatos que obtuvieron más votos. Segundo, ese mismo tribunal convocó oficialmente a una nueva elección, el próximo 11 de agosto. Y tercero, oficialmente solo hay dos opciones de elección presidencial: Sandra Torres y Alejandro Giammattei. Agrégase a esos hechos una impertinente presunción: no se anulará el proceso electoral.
Creo que el número de electores que detestan a Torres es mayor que el número de electores que están dispuestos a votar por Giammattei, por él mismo y no por votar contra ella. Por eso creo que el triunfo de Giammattei depende de quienes detestan a Torres. Efectivamente, si la mayoría de ellos se abstiene de votar, o anula el voto, o vota “en blanco”, probablemente triunfará Torres; pero si no hay tal abstención, ni tal anulación del voto, ni tal voto, probablemente triunfará Giammattei.
Torres agradecerá la abstención de voto de quienes la detestan porque contribuirán a reducir el número de votos que obtendrá su contendiente. Y por el mismo motivo agradecerá el voto nulo, que ya no tiene validez jurídica en esta nueva elección, y ganará quien obtenga más votos; y también agradecerá el voto “en blanco”.
Se argumentará que el Tribunal Supremo Electoral, en el supuesto de que ha actuado fraudulentamente, repetirá tal actuación en la nueva elección presidencial, para beneficiar a Torres. Entonces… ¿para qué votar contra ella? Examinar este argumento exige serenidad, y refutarlo reclama honestidad. Comencemos por reconocer que la abstención de voto, la anulación del voto o el voto “en blanco” no pueden impedir esa actuación fraudulenta; pero pueden posibilitar que Torres realmente triunfe. Si así fuera, impugnar su triunfo sería una estupidez. Un recuento de votos, vigilado por los más probos, insobornables y moralmente puros ciudadanos, comprobaría tal triunfo. Empero, si por el voto válido emitido por la mayoría de electores que la detesta, ella realmente no triunfa, pero es declarada triunfadora, y su triunfo es impugnado, un exigido recuento, con aquella misma vigilancia, revelaría la delictiva ficción de ese triunfo.
Puede colegirse que no abstenerse de votar, ni anular el voto, ni votar “en blanco”, es mejor que peor porque aumentaría la probabilidad de que el producto de la elección fraudulenta de Torres fuera impugnado exitosamente. O es mejor que peor porque se evitaría que ella realmente triunfara, aunque su contendiente obtuviera solamente un mísero voto adicional.
Aquellos que detestan a Torres y que emitirán un voto válido, no pretenden conferirle legitimidad a una presunta actuación fraudulenta del Tribunal Supremo Electoral en la elección del pasado 16 de junio. Precisamente un error de algunos que detestan a Torres es creer que emitir tal voto necesariamente es conferir esa legitimidad. La cuestión esencial es que se celebrará una nueva elección, y necesariamente uno de los dos contendientes tiene que ser electo; y que el voto válido de quienes detestan a Torres puede contribuir extraordinariamente a reducir la probabilidad de que ella sea el próximo Presidente de la República.
Post scriptum. Una encuesta de Cid-Gallup Latinoamérica, patrocinada por la Fundación Libertad y Desarrollo, le adjudica 41% de intención de voto a Alejandro Giammattei, y 33% a Sandra Torres. Podría haber un 7% de voto nulo y un 20% de voto “en blanco”.