Mario Alberto Carrera
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Algunos columnistas de la aldea han expresado “teorías” peyorativas sobre lo que para ellos es Donald Trump y opinaron que –el imperio de este señor atravesado– da patadas de ahogado. Otros plumíferos del columnismo nacional –por la misma línea– ofrecieron elocuciones extravagantes diciendo que Trump es berrinchudo y casi dando a entender que –el actual presidente de los Estados Unidos– se tendría que haber tragado y frustrado– el plan de volver a Guatemala “Tercer País Seguro”. Y estas mismas ideas se escucharon en corrillos palaciegos, antes del viernes recién pasado.
Se olvidaron –estos columnistas y en general quienes enfocan la figura de Trump como si fuera de alfeñique de Puebla– de todos los análisis que hicimos –en columnas y también en el peladero urbano– en torno a la personalidad de Trump cuando era sólo candidato. A partir de verdaderos estudios psiquiátricos y psicológicos que de lejos se le realizaron, se habló de su carácter como el de un paranoide cuyo narcicismo no admite ni crítica ni censura: el perfil del dictador. Se habló de él como de alguien con una personalidad similar a la de Mussolini o la de Hitler sobre todo por sus sentimientos evidentemente racistas-nazis. Y se concluyó que del dulce Obama seguramente estaríamos migrando al fascista Trump, también por los rasgos profundos de su temperamento.
Donald Trump es realmente de temer y lo ha demostrado en geopolítica cuando casi se ríe y se sigue riendo del Tratado de París sobre la contaminación del planeta.
Aquellos recuerdos de hace poco más de tres años –cuando él iba a tomar posesión del trono más importante del orbe, y que le están serruchando los chinos– me han hecho ver lo de “Tercer País Seguro” con otros ojos. Con ojos aterrorizados ante la xenofobia y la aporofobia galopante que corre por las venas de Trump que, ironía de las ironías, también es nieto de migrantes del Norte de Europa.
Yo creo que con Trump no hay que pretender jugar. Si él ya analizó que –por diversas situaciones geográficas y de conveniencia para su reelección, Guatemala debe ser el “Tercer País Seguro”– de una u otra manera logrará su completa edificación incluso parlamentaria.
Los electores ¡blancos, clase media!, de Trump en EE. UU. escuchan como la melodía más placentera las promesas de éste sobre que construirá el muro. Sobre que no dejará entrar ni a un solo latino por aporofobia. Sobre que levantará y montará un corral de latinos lejos de las fronteras estadounidenses para que su peste no sea ni siquiera presentida. Que las fuentes de trabajo serán sólo para gringos.
No olvidemos, guatemaltecos, que somos un Davidcito contra un Goliatón. Que frente a los Estados Unidos –“nuestro socio más importante”, pero también él más neroniano y fiero– Guatemala lleva –en este affaire– todas las de perder. Aún en el tema agrocomercial que es el que, por mutuos intereses similares de clase, él dañaría menos, podría –en determinado momento de su terquedad– también darles un sofocón a los agrocomerciantes.
El aspecto más grave del gran conflicto es la aporofobia que Trump sufre. Él es un aporófobo paranoide, él es un cultor de aporofobia genial. Y asimismo tiene grados similares en el tema de la xenofobia. Pero la clave está en lo siguiente: Trump puede adorar a los ricos musulmanes y tal vez hasta a los pudientes de Latinoamérica. Pero con la condición de ser millonarios. Lo que odia Trump, la fobia de Trump es contra el extranjero pobre o desfavorecido y por eso es aporofóbico. Término que recientemente incorporó la RAE y la AALE. Y que se puede aplicar al que sienta fobia por los pobres o los desamparados. Un anti Cristo.