Conozco a Juan Ignacio Florido desde que era niño y en mi familia le hemos tenido siempre enorme cariño por su permanente bondad y disposición como amigo de todos mis hijos. Desde las postrimerías de la década de los setenta, en el siglo pasado, su presencia en nuestra casa y durante los fines de semana en Amatitlán era asidua y a lo largo de los años ha perdurado esa amistad y cariño. Por ese conocimiento de tan larga data, me ha impactado mucho la sentencia que ayer se le impuso por haber colaborado con Alejandro Sinibaldi para lavar el dinero producto de los sobornos que Odebrecht entregó a quien fue candidato presidencial y ministro de Comunicaciones en el gobierno del Partido Patriota.
Juan Ignacio recibió la menor condena a prisión porque sin objeciones proporcionó toda la información de la sociedad que fue constituida a su nombre a petición de su amigo Alejandro Sinibaldi y que Juan Ignacio, con esa bondad sin límites y una candidez sin asomo de malicia, dejó que el otro manejara a su sabor y antojo, limitándose a firmar lo que su “amigo” le pedía. Cuando reventó el Caso Odebrecht fue capturado y le tocó sufrir en prisión primero la muerte de su queridísimo abuelo, quien fue un padre para él durante toda su vida, y pocos meses después la muerte de su madre tras una terrible enfermedad. El desconsuelo fue mayor porque se sentía culpable de haber precipitado los dos trágicos acontecimientos que le dolieron infinitamente.
Juan Ignacio Florido no recibió dinero de lo que estaba lavando Sinibaldi y tan es así que su familia se encuentra ahora en una muy difícil situación económica porque no fue de los que le pusieron precio a la ayuda. Alejandro Sinibaldi lo conocía bien y sabía que quien había sido padrino de su boda no pediría nada a cambio y que confiaría en el amigo que le había pedido una campaña personal. La confianza y candidez le están pasando una elevadísima factura que le mantendrá un tiempo en prisión y le significa una multa impagable porque, repito, es un hombre que está literalmente quebrado no sólo moral y anímicamente, sino también desde el punto de vista financiero.
Y no deja de causar indignación y cólera saber que mientras él tiene que reconocer ante un tribunal que fue un tonto útil en manos de Sinibaldi, el otro pueda estar gozando de los millones que todavía le quedan a pesar de la extinción de dominio que se le ha ido aplicando. No conozco a los otros dos condenados ayer por el Caso Odebrecht, y no sé cuál haya sido su participación, pero en el caso de Florido para mí es obvia su situación y la gravísima consecuencia de su acción al haberse prestado para constituir la sociedad utilizada en forma perversa y maligna por quien abusó de su amistad y confianza.
Entiendo perfectamente el sentido y la validez de la sentencia porque siempre he pensado que uno tiene que asumir las consecuencias de sus acciones y sin duda la de él, al ayudar a Sinibaldi, fue un delito que tiene que ser sancionado, lo cual no quita que me duela tanto y me apene su terrible situación y la de su familia. El ejemplo de Juan Ignacio Florido tiene que servir para ser menos incauto y no prestarse a ayudar a los pícaros a lograr su cometido.