En un programa radial de esta semana nuestro apreciado y respetado colaborador Adrián Zapata analizaba las causas de la migración y decía que no había que culpar de todo a la corrupción porque aún siendo esta muy grave, no se podía obviar que la gente se va del país por la injusticia e inequidad existente que mantiene sumidos a tantos en la miseria. Y tiene razón el abogado Zapata al remarcar las condiciones de inequidad en un país con alta concentración de la riqueza y altísima dispersión de la pobreza, pero si algo es causante de ese desajuste social es cabalmente la corrupción que hemos arrastrado por tanto tiempo.
Si no hubiera cooptación del Estado por el gran poder económico, no tendríamos la ausencia de políticas públicas para atender las necesidades de la gente más pobre. Lo que pasa es que desde las campañas políticas se compran privilegios que ponen al Estado al servicio de los mismos de siempre y ello es lo que explica, aquí y en cualquier lugar del mundo, la existencia de modelos económicos que no tienen más sustento que el de los privilegios para los poderosos que llegan, en el caso de Guatemala, al de la impunidad determinada simplemente por posición social. En otras palabras, al que financia campañas hasta se le pueden perdonar delitos mientras que al ciudadano pobre Dios lo libre de robarse una gallina porque será refundido en prisión.
No existe en el mundo un modelo económico en el que no haya pobreza en mayor o menor medida ni en el que no existan grandes capitales influyentes y poderosos. Pero cuando el Estado de al tiro se olvida de los estratos más pobres y se dedica a facilitar la concentración de la riqueza por los pactos que hacen los poderosos con los políticos, se termina generando esa extrema inequidad y absoluta injusticia social y hasta penal.
Tiene razón Adrián Zapata en que la causa directa de la migración no es la corrupción sino la pobreza producto de la inequidad. Pero no se puede ocultar que aquí la corrupción permite amasar fortunas y engrandecer las existentes porque tenemos un Estado cooptado por el poder económico, tanto el tradicional como el emergente y hasta el que se nutre del crimen organizado, para quienes hay facilidades y complacencia, mientras que al resto de la población no se tiran ni las sobras o las migajas porque el político se acostumbró a vivir a cuerpo de rey gracias a los sobornos y “regalos” que le hacen quienes les sacan abundante raja.