Juan José Narciso Chúa

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Guatemalteco. Estudió en el Instituto Nacional Central para Varones, se graduó en la Escuela de Comercio. Obtuvo su licenciatura en la USAC, en la Facultad de Ciencias Económicas, luego obtuvo su Maestría en Administración Pública INAP-USAC y estudió Economía en la University of New Mexico, EEUU. Ha sido consultor para organismos internacionales como el PNUD, BID, Banco Mundial, IICA, The Nature Conservancy. Colaboró en la fundación de FLACSO Guatemala. Ha prestado servicio público como asesor en el Ministerio de Finanzas Públicas, Secretario Ejecutivo de CONAP, Ministro Consejero en la Embajada de Guatemala en México y Viceministro de Energía. Investigador en la DIGI-USAC, la PDH y el IDIES en la URL. Tiene publicaciones para FLACSO, la CIDH, IPNUSAC y CLACSO. Es columnista de opinión y escritor en la sección cultural del Diario La Hora desde 2010

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Juan José Narciso Chúa

La primera interacción con un libro es inolvidable, representa esa “primera vez”, ese momento imperdible en el tiempo, esa sensación tan profunda, ese momento tan especial. Todo empezó cuando siendo todavía un niño, en mis correrías infantiles pasaba siempre por una pequeña librera de mi papá, quien tenía una colección de libros que siempre veía, pero nunca tocaba. Sin embargo, sabía los nombres de los libros, los ubicaba por su posición e igualmente imaginaba mundos fantásticos, relacionaba los nombres y la figura de la pasta con cuestiones mágicas, como el caso del Nabab, pensaba en cuentos idílicos como Ivanhoe, soñaba con vidas extrañas con Robinson Crusoe e igualmente tiritaba de frío y temblaba de miedo con Moby Dick, La Ballena Blanca.

Entre esas recreaciones infantiles, me llamaba más la atención acercarme a este grupo abigarrado de libros e igual seguía elaborando mundos fantasiosos con la Letra Escarlata, me veía en un lugar frío, gris y nuboso con Cumbres Borrascosas. No los olvido todavía, todos eran de pasta dura, con un forro verde y los títulos en letras rojas y negras. Leía los nombres de autores rusos como Dostoievski y pensaba en mundos lejanos, en personas con barba, en gente de otro mundo. El poder de la mente infantil es inconmensurable para crear, para fantasear, para soñar.

En estos acercamientos y alejamientos, caí al final. Saqué el primer libro con la intención de leerlo. Cuando destapé el libro, lo primero que me aprisionó fue el olor, era un aroma como a viejo, como a guardado. Recuerdo que cuando movía las hojas, las mismas emitían un pequeño crujido, mientras el olor se intensificaba en mi nariz. Esas condiciones me hacían fantasear más, pues parecía ahora que el libro me hablaba, me seducía, me atrapaba.

Ese primer libro, aquel primer amigo, se llamaba La Isla Misteriosa de Julio Verne, nunca me arrepentí de introducirme en los clásicos, a través de Verne y en un mundo lleno de aventuras, que me cautivó apasionadamente y me ha motivado a leer desde ese tiempo. La fuga de la cárcel todavía la recuerdo en ese libro, imaginando el espacio, siento la lluvia, me muevo con el viento, el ulular del viento es permanente. Lo leí de pasta a pasta como un poseído, no podía dejarlo, me resultaba imposible alejarme de él.

No olvido todavía el pasaje en donde se encuentran con el Nautilius y el Capitán Nemo, fue inolvidable y emocionante, pues Verne junta acá a los personajes de la Isla Misteriosa con el otro libro apasionante Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino. Me acuerdo que sufría con la enfermedad de uno de los personajes de la Isla Misteriosa -Herberth, creo que era-, me resultó imposible de olvidar cuando encuentran una rama de trigo y se convierte en un milagro para todos, pues al sembrarlo y trabajarlo tendrán para el pan.

De ahí se vinieron todos los clásicos posibles, especial mención para Alejandro Dumas, los escritores clásicos rusos como Dostoievski, Gogol y Gorki. Los libros de aventuras me prendieron; Los Tres Mosqueteros, El Conde de Montecristo, El Hombre de la Máscara de Hierro, las Aventuras de John Davies, resultaron un placer para la lectura y el enganche para una secuencia de autores, títulos y géneros que me cautivan, satisfacen y me engarzan hasta terminarlos. La cultura de la lectura se quedó en mí para siempre.

Cada vez que voy a terminar un libro, me lleva a esa infancia, cuando sentía en mi mano derecha que el grosor de las páginas restantes se iba reduciendo poco a poco, con lo cual me invadía un sentimiento de tristeza que hoy todavía siento y disfruto con todos esos grandes autores de novela, de poesía, de aventura, nacionales e internacionales, en inglés o en español. A todos les debo tanto, a todos les agradezco llevarme de la mano a esa belleza que es leer y seguir en esa aventura adictiva que es la lectura y los libros. Vamos a Filgua, ni hablar.

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