Por Jorge Santos
Decía el maestro universal Eduardo Galeano sobre los excluidos, los marginados, los históricamente discriminados: “los nadies, los dueños de nada, los hijos de nadie, los ninguno, los ninguneados, los que no son, aunque sean. Que no hablan idiomas, sino dialectos, los que no profesan religiones, sino supersticiones; que no hacen arte, sino artesanía, que no tiene cultura, sino a lo sumo folklore. Que no son seres humanos, sino recursos humanos, que no tienen nombre, sino un número. Los que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local; los Nadies que cuestan menos que la bala que los mata”.
Este poema de Galeano refleja a la perfección a millones de personas que habitan nuestros pueblos, excluidos por un Estado que se ha organizado para garantizar los intereses privados de un pequeño segmento de la población y no de la vida digna de sus ciudadanos y ciudadanas. Sin embargo, retrata con exactitud la vida y existencia de las y los migrantes. Hombres, mujeres, niños, niñas, adolescentes, jóvenes, de varios países, pero particularmente de Honduras, El Salvador, Guatemala, Nicaragua y otros países de Suramérica, son quienes forman grandes contingentes de población que buscan mejores y dignas condiciones de vida en el norte del continente. Migran desde sus países arriesgándose a una innumerable cantidad de vejaciones y violaciones a sus derechos más elementales, pero la desesperación y el hambre son muchas.
Hasta octubre del año pasado, eran contingentes de personas, que mientras más escondidos y callada era su migración mejor, no sabíamos de su existencia y si sabíamos no nos dábamos por aludidos. Casi la totalidad de la población en Guatemala y no dudo que es igual para el resto de países, tenemos o conocemos a personas, amigas y/o familiares que migraron en condiciones adversas hacia “el norte”. Todas y todos motivados por la injusticia vivida acá; injusticia en su expresión más amplia, injusticia por no contar con un empleo digno, que le permita contar con un ingreso digno, que a su vez le procure a él o ella y a su familia, alimentos, vivienda, educación, salud y otros derechos humanos básicos para la vida o bien injusticia por vivir en un entorno lleno de violencia, extorsionado a pesar de su pobreza, secuestrado el presente y el futuro de sus hijos e hijas, condenados a vivir y repetir la historia propia y de sus abuelos y padres, en un bucle eterno de injusticia.
Mientras esto pasa, nuestras malditas autoridades se esfuerzan en incrementar el sufrimiento, incapaces de procurar bienestar y vida digna, unos creando campos de concentración y muerte de niños y niñas, otros comprando aviones y buques, en vez de garantizar políticas públicas que nos permitan habitar nuestros territorios y otros que a sangre y fuego contendrán el paso de los pueblos hacia mejores condiciones de vida. Malditos por ser quienes con sus acciones incrementan la migración y a su vez la criminalizan y penalizan.