Arlena Cifuentes
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Los guatemaltecos nos distinguimos por elegir gobiernos con ciertas características comunes prevaleciendo entre ellas la ausencia de sensibilidad social, honradez, ética y calidad moral entre otras; más bien se han distinguido por una acentuada indiferencia hacia la vida y el bienestar de la persona humana y de los más pobres. Paradójicamente de estas características hacen gala tanto los candidatos como los electores. La falta de escrúpulos y el oportunismo de los aspirantes al poder son innegables, pero la de los electores lo es aún más. Si los electores exigiésemos una mejor oferta no tendríamos la mediocridad que hoy sobreabunda.
Considero que el buen político, el estadista, está en vías de extinción -o sólo existe en mi imaginario- porque para serlo, debe tener características de Santo ya que para hacer un buen gobierno se necesita excesiva sensibilidad –el sentir correr por las venas el dolor, la miseria del otro- es decir sentir amor y misericordia por el prójimo, además de tener la dignidad, la fortaleza y el valor que devienen de Dios lo cual no se detona en la escuela si no en un hogar de esos que ahora son excepcionales o que podrían generarse en circunstancias específicas de donde emerja un ser extraordinario cuyo anhelo sea la lucha en contra de la injusticia que deviene tanto de la vileza del político como de la misma sociedad constituyéndose ambos en verdugos de sus mismos hermanos. Me cuestiono la existencia de un político para quien la política no haya significado un fin en sí mismo ya que el poder es un deleite que a su vez empalaga, ciega y obstruye el pensamiento hasta alcanzar la enajenación.
En la actualidad la política es el medio ideal utilizado para el enriquecimiento ilícito y desvergonzado, se ha hecho de ella un modus vivendi. El expresidente Mujica afirma que el político debe vivir con y como la mayoría de la gente, con lo cual concuerdo plenamente, en eso consistió el éxito de su gobierno –a pesar de que legalizó el aborto- alguien a quien el poder no se le subió a la cabeza. Una vez que el político saborea los excesos que da el poder; así como, del servilismo de quienes se rodea se engolosina en ellos y pierde todo contacto con la realidad. La fuerza interior que mueve al buen político en mi imaginario, puede traducirse en sabiduría, valor, misericordia y amor al prójimo.
Frenar los abusos, reducir los sueldos y salarios de los funcionarios en los niveles más altos es indispensable. En un país tan pobre como el nuestro es urgente implementar políticas de austeridad para los funcionarios; así como, eliminar las prebendas, los viáticos y todo gasto superfluo.
Ubiquémonos en nuestro país dividido cada vez más porque así conviene al establishment, una sociedad resentida por los que tienen mucho y los que tienen poco o nada; fragmentada por la discriminación del ladino hacia el indígena y viceversa; pero también de parte del ladino constituido en sociedad civil que invisibiliza al ladino en extrema pobreza cuya existencia niega al declarar que es el indígena el único marginado, el único discriminado. Que detenta la actitud mezquina y oportunista que le permite implementar determinadas clasificaciones sociológicas y hasta antropológicas en función de las exigencias de los organismos internacionales como condición sine qua non para aprobar proyectos y recibir desembolsos. Aceptar dichas clasificaciones y sub-clasificaciones es signo de bajeza y solo incrementa la polarización, pero el precio para estos adalides que se autoproclaman representantes y defensores de los diferentes sectores y etnias bien vale la pena pagarlo contradiciendo aquello que dicen defender. A mayor fragmentación mayor y más conveniente confusión y manipulación.
¿Será que los políticos no son más que una extensión de lo que los guatemaltecos realmente somos? ¿Qué fue primero la gallina o el huevo?