Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

Después del cuestionado evento eleccionario del pasado 16 de junio en el que muchas alarmas se encendieron por todas partes, Guatemala ha quedado prácticamente (como diría Bunbury, metafóricamente) entre dos tierras. Algo que no ha dejado de resultar preocupante y triste, en virtud de esa suerte de polarización y retrocesos que se han evidenciado como producto de situaciones diversas derivadas de hechos acaecidos, incluso, desde antes que los ciudadanos tuvieran que acercarse a las urnas para emitir el sufragio. La Opinión Pública, como es notorio, está siendo llevada a distintos planos que van más allá de la simple manifestación de disensos, diferencias de opinión o descontento por esos “errores” lamentables e inaceptables que ya se veían venir y que le están costando caro al país, tanto en credibilidad y legitimidad de la institucionalidad del Estado, como en la exacerbación en aumento y previsible de los ánimos sociales que se constituyen, como es de suponer, en algo muy peligroso por todo lo que en un momento dado puede implicar. En el marco de un sistema democrático incipiente o en proceso de consolidación como el guatemalteco, situaciones como esa, usualmente, van dejando espacios y vacíos en los que la ciudadanía muy difícilmente repara, pero que, con base en la defensa de intereses aviesos, particulares o sectoriales previamente definidos y muchas veces estratégicamente calculados, pueden constituirse fácilmente en momentos favorables para la manipulación de grupos sociales. Cuando eso sucede, el desenlace, por lo regular, deja números negativos, particularmente para los grupos sociales que se encuentran en desventaja y cuya incidencia real en la toma de decisiones, (que no siempre serán las más acertadas, obviamente), va a depender de la manipulación de la que sean objeto más que de sus propias y verdaderas necesidades colectivas de largo plazo. Los hechos históricos de las últimas décadas han demostrado que así ha sucedido, y en tal sentido, es menester también recordar que las posiciones político-ideológicas extremas y radicales cuyo fin principal es únicamente la búsqueda del enfrentamiento (por las razones que sea y más allá de las reivindicaciones que se persigan o se digan perseguir), no pueden conducir a nada bueno, excepto, por supuesto, para unos cuantos que, como los pescadores del viejo refrán popular, ven en el río revuelto esas ganancias que se resisten a dejar escapar o que simplemente ellos mismos han propiciado con tales objetivos. Por ello, es menester ser muy cuidadosos para no regresar a episodios desastrosos cuyas heridas tardarían mucho en sanar, tal como -de más está decirlo-, ha sucedido ya en el pasado. Los consensos son difíciles de alcanzar, pero más difícil es recuperar a un país de estragos que pudieron haber sido evitados y que muchas veces surgen de situaciones de irresponsabilidad, negligencia o corrupción que no nos son ajenas. Ojalá este país de la Eterna Primavera no regrese a ése pasado nefasto y oscuro que aún no ha sido superado del todo y cuyos fantasmas, lastimosamente, hoy vemos que aún sobrevuelan el ambiente.

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