Emilio Matta

emiliomattasaravia@gmail.com

Esposo y padre. Licenciado en Administración de Empresas de la Universidad Francisco Marroquín, MBA de la Universidad Adolfo Ibáñez de Chile, Certificado en Métodos de Pronósticos por Florida International University. 24 años de trayectoria profesional en las áreas de Operaciones, Logística y Finanzas en empresas industriales, comerciales y de servicios, empresario y columnista en La Hora.

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Emilio Matta Saravia
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La dictadura perfecta fue el mote que se le dio al período de 71 años de gobierno del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en México durante la mayor parte del siglo XX. Se le decía de esta forma, debido a que, aunque el país aparentaba ser una democracia donde el electorado acudía a votar “libremente” de forma periódica, realmente era un sistema diseñado para que una minoría (las altas esferas del PRI, tanto a nivel federal como en cada uno de los estados mexicanos) pudieran vivir ostentosamente a costillas del erario mexicano, perpetuando al partido oficial en el poder a pesar de cambiar de presidente cada 6 años.

En Guatemala se ha venido perfeccionando un modelo dictatorial aún mejor que el mexicano, ya que cada 4 años hemos ido a las urnas a votar “libremente” por una serie de candidatos que, desde antes de tomar posesión de sus cargos, ya estarán condicionados por los compromisos que pactaron previamente con sus financistas de campaña. Así ha sido diseñado este sistema desde 1985 y el modelo se ha ido perfeccionando a través de los distintos procesos electorales para asegurar que los mismos grupos salgan beneficiados siempre, llegue quien llegue a ocupar los distintos cargos de elección popular.

Para asegurar que nuestra dictadura funcione como tal, pero que dé la apariencia de ser una democracia, se han establecido una serie de prohibiciones constitucionales para reelección presidencial, no así para el Congreso y las alcaldías, logrando consolidar así una serie de pequeños dictadores poseedores de un gran poder en su ámbito, ya sea para legislar o para dirigir un municipio, que tienen vía libre para entronizarse (y lo han hecho) en sus puestos, pero que nunca llegan a tener el poder total, ya que el mismo lo tienen, y bien agarrado, quienes les financian sus campañas.

Aquí las ideologías sobran, no sólo porque en esta dictadura no importa si los candidatos son de derecha o de izquierda, si igual están comprados desde el principio, sino también porque los mismos candidatos no tienen ni idea de que es una ideología y únicamente obedecen a quienes los financiaron. Varios candidatos que se autodenominan de derecha, antisocialistas y que consideran a las izquierdas como traidoras a la patria, presentan propuestas para generar empleo de corte keynesiano, es decir, más afines a un pensamiento de izquierda que de derecha, con lo cual evidencian su inmenso desconocimiento en economía y política. Es decir, no se sentarían con un izquierdista a discutir acuerdos mínimos para un mejor país, pero sí proponen soluciones económicas de izquierda.

Lamentablemente este es el sistema que tenemos, y hasta que no lo cambiemos de raíz, hasta que eliminemos por completo el financiamiento electoral privado (hay columnistas que con total desfachatez ahora le llaman “donaciones”) y tengamos funcionarios que lleguen sin compromisos adquiridos durante sus campañas a puestos de elección popular, hasta que pongamos un límite a la reelección de diputados y alcaldes, seguiremos en esta dictadura, tan perfecta, que el dictador es invisible y los resultados de la misma: la pobreza generalizada, la desnutrición crónica infantil y la migración, son lo más visible que tiene.

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