Sandra Xinico Batz
sxinicobatz@gmail.com
El racismo tiene que ver con la estima social de un pueblo porque para la dominación ha sido importante restarle todo el valor a lo que este pueblo crea, inventa, produce, construye. Haciéndonos pensar que lo que hacemos o creemos es salvaje, atrasado se busca despojarnos para hacernos dependientes de quienes nos dominan. Las instituciones sociales han sido piezas claves para transmitir las ideas que sustentan ese racismo, desde ahí aprendemos a asignarle valor a las cosas, aprendemos los esquemas para definir qué es bello y qué no, qué es científico y qué es tradicional, qué culturas son más inteligentes y cuáles no lo son.
Se piensa que el racismo se trata de autoestima (individual) y que todo radica en superarlo o no, aseguran que es un complejo de inferioridad, un “tema” que va y viene o que se apaga y enciende. Existe una comprensión muy limitada de lo que realmente significa el racismo. Al ser el racismo un problema estructural, implica condiciones creadas que ponen en desventaja a los pueblos indígenas y ofrece privilegios para aquellos que no lo son. Por lo tanto, no se trata únicamente de relaciones sociales en desigualdad sino del entramado entre estas, las instituciones sociales, el Estado, el ejercicio del poder político, económico e ideológico. Ha sido una construcción que inició desde la invasión española con la colonización y se consolidó con la construcción del Estado que se cimienta sobre la idea de la inferioridad racial de los indígenas. El racismo para consolidarse y normalizarse socialmente ha necesitado poner a su favor la historia para validar mentiras y estereotipos que convirtió en verdades para justificar su existencia y perdurabilidad.
No se trata entonces de que la persona que sufre racismo mejore su amor a sí misma, o tampoco se trata de que quien ejerce racismo sea más “humano” o “considerado” con las otras culturas. Se necesita romper con la estructura que permite la reproducción y mantenimiento del racismo. Se trata de procesos. Se trata de revertir estos quinientos años en los que con sangre nos obligaron a los pueblos a creer que no valemos nada, que no tenemos conocimiento porque no tenemos esos “cartones” que certifican que sabemos, a que se sufrirá más si se mantiene la cultura y por esto hay que abandonarla. Tenemos que romper con esa necesidad de justificarnos ante el sistema racista, justificar por qué hablamos como hablamos, por qué vivimos como vivimos.
A los pueblos originarios nos han enseñado a sentir vergüenza de lo que somos, de los idiomas que hablamos, de las ropas que vestimos, de la forma en que nos comportamos, de la manera en que vivimos, de los apellidos que tenemos, de nuestros rasgos físicos. Esa vergüenza la heredamos, la vamos aprendiendo desde que nacemos para que no pongamos resistencia y que poco a poco nos vayamos deshaciendo de nuestra identidad. El olvido permite la impunidad porque no se supera el pasado sino que simplemente se oculta, se va acumulando y no nos permite avanzar.