Se atribuye al genio Albert Einstein la frase de que es una locura esperar resultados distintos haciendo siempre lo mismo y eso aplica al electorado guatemalteco que tendrá que repetir lo que ha venido haciendo desde que se inició la llamada apertura democrática a la hora de elegir a sus autoridades porque tendrá que escoger entre los aspirantes a la Presidencia que han pactado con los cooptadores del Estado y entre listados o planillas de candidatos a diputados en donde se acomodan los que han articulado este sistema perverso en el que la política deja de ser instrumento para la delegación de la soberanía.

En abril de 2015 quedó claro hasta dónde nos habíamos hundido en el fango de la corrupción pero ese mismo año fuimos a elecciones en las mismas condiciones y el resultado fue elevar a la Presidencia al peor gobernante que ha tenido un país en cuyo palmarés ya existían abundantes figuras deleznables. Pero también se consagró a un Congreso que, como venía ocurriendo, resultó peor que los ya desprestigiados del pasado porque la gente cree que elige cuando la realidad es que los políticos compran sus curules.

Por ello la importancia de la reforma a las leyes políticas que nunca llegaron a cuajar en aspectos cruciales como la elección nominal y no por planilla, iniciativa de varios sectores de la sociedad que se vio frustrada porque los políticos tradicionales valoraron en mucho la forma en que pueden avanzar encubiertos en las planillas. Se avanzó también en penalizar el financiamiento electoral ilícito y oculto, pero las mismas fuerzas y los financistas se movieron para despenalizarlo desde el Congreso, de manera que pudiera seguir la fiesta en el plano de impunidad acostumbrado.

Hoy, a nueve días de las elecciones, estamos a punto de hacer lo mismo y, por supuesto, el resultado no será distinto por más que algunos se ilusionaron con la posibilidad de que por la vía electoral el país pudiera iniciar el proceso de transformación de un pervertido sistema político. La vieja política, que tambaleó en el 2015 y que sintió que se le arrinconaba, respiró aliviada al ver que en el Congreso se dieron cita los mismos de siempre y que en la Presidencia estaba alguien inepto que por sus mismos vicios terminaría cayendo en el regazo de los de siempre para abortar el esfuerzo de depuración iniciado.

Sin duda Einstein era un genio, pero no hace falta serlo para entender el sendero por el que vamos y la certeza de que, por hacer lo mismo, tendremos idéntico resultado.

Redacción La Hora

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