Luis Enrique Pérez
Es mi propósito exponer algunas conjeturas sobre el proceso electoral, de las cuales está excluida cualquier intransigente pretensión predictiva. Esas conjeturas dependen de estas suposiciones: primera, no habrá causas que impidan celebrar las elecciones generales el próximo 16 de junio; segunda, el proceso de votación no será perturbado por actos criminales; tercera, el producto de la votación será confiable, y no habrá un torrente de impugnaciones que convierta el proceso electoral en un proceso judicial; y cuarta, el voto nulo no triunfará en la elección presidencial, aunque no se excluya que pueda triunfar.
En la elección presidencial Sandra Torres probablemente obtendrá la mayoría de votos, porque han sido excluidos del proceso electoral sus principales competidores: Zury Ríos y Thelma Aldana. Adicionalmente tiene una rígida intención de voto, y entre los actuales candidatos presidenciales es el más conocido, y por ello también es el más favorecido por la descomunal limitación que la Ley Electoral y de Partidos Políticos impone a la publicidad o a la propaganda sobre los candidatos. Y el número de votos que no está dedicado a ella se ha fragmentado entre sus diecinueve o veinte competidores, y se ha reducido la proporción de votos dedicado a cada uno de ellos.
Empero, Sandra Torres no obtendrá la mayoría absoluta de votos, y habrá una nueva elección, en la cual, por supuesto, su contendiente será el candidato que haya ocupado la segunda posición en número de votos. La mayoría de electores puede elegir a su contendiente, no precisamente por él mismo, sino por repudio a ella. Se suscita esta cuestión: ¿cualquier contendiente de Sandra Torres, en la nueva elección, puede derrotarla? No lo creo; y por ello opino que ella puede triunfar en la nueva elección.
Presumo que algunos candidatos admiten que Sandra Torres obtendrá la mayoría no absoluta de votos en la elección del próximo 16 de junio, y se proponen ocupar la segunda posición, y competir en la nueva elección, confiados en beneficiarse de la mayoría de electores adversos a ella. Creo que actúan con obligado realismo, aunque no tengan la más mísera oportunidad de ocupar esa segunda posición, y con ridícula arrogancia pretendan tenerla.
El partido de Sandra Torres, Unidad Nacional de la Esperanza, probablemente obtendrá un número de diputaciones mayor que cualquier otro partido. Quizá tal número no se aproxime notablemente a por lo menos cincuenta por ciento del número total de diputados; pero podría constituir una fuerza legislativa suficiente para consolar a Sandra Torres si es derrotada en la segunda elección presidencial, o para dotarla de extraordinario poder si triunfa.
Aunque Sandra Torres gane o no gane la elección presidencial, esa fuerza legislativa sería, no fuerza de los diputados mismos, sino de ella, obtenida de la disciplinada obediencia que ella impone sobre ellos. Quizá diputados de otros partidos políticos constituyan una alianza capaz de reducir esa fuerza, o quizá algunos de esos diputados se agreguen a tal fuerza, y la incrementen peligrosamente pero secretamente, para evitar la acusación de deserción.
Post scriptum. No es una conjetura. Es un hecho. El actual proceso electoral es el más corrupto de los nueve procesos que ha habido desde el año 1985. El Tribunal Supremo Electoral, la Corte Suprema de Justicia y la Corte de Constitucionalidad han confluido en corromperlo. La candidatura de Sandra Torres es un dilecto producto de esa corrupción.