Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

No recuerdo desde cuándo empecé a escuchar esa suerte de sentencia (a veces peyorativa) de que los pueblos tienen los gobiernos que merecen. En lo personal, considero que esa no es una aseveración del todo justa o afortunada, pero la verdad, de poco valdría iniciar discusiones –sea sesudas sea someras– al respecto, porque al final, sin duda, muy difícilmente se llegaría a conclusiones de buen puerto. Lo que sí vale la pena es, en todo caso, considerar que en ese marco, sobre todo cuando se está en mitad de un proceso electoral como el que vive actualmente Guatemala, una aseveración como esa puede ser el punto de partida para una necesaria y urgente reflexión en torno a lo que un Estado vive en términos del ejercicio de la política. En Guatemala la política se ha convertido para muchos, tristemente (no generalizo, por supuesto) en un fin más que un medio, lo cual es grave y preocupante de cara al futuro inmediato y también de cara a un futuro de largo plazo, porque desnuda realidades con las que hemos empezado a convivir sin siquiera percatarnos y que han ido transformando negativamente un sistema que de por sí ya padece falencias y perversidades cuyo trasfondo no es difícil intuir. De esa cuenta, es “normal” observar una evidente proliferación de actores oscuros intentando acceder a la función pública o haciendo todo lo posible por mantenerse allí, y, por consiguiente, evidenciando una clara desnaturalización del verdadero sentido de la política que se suma a dinámicas perversas a las que poco o nada les interesa el desarrollo social. Una de estas realidades es, como efecto colateral, predecible y lamentable, la ignorancia alarmante en un considerable número de aspirantes al ejercicio de la función pública en tanto materialización de esa perversión del sistema. Una realidad nefasta para el Estado en virtud de su trascendencia y sus efectos, efectos (algunos de ellos) observables en la falta de eficiencia y efectividad en la administración de los bienes y recursos públicos, en la forma de legislar las más de las veces, en la forma de llevar la política exterior, en la no observancia de normas de comportamiento político, en la falta de conocimiento de la estructura del Estado o del significado de sencillos términos que todo funcionario, dignatario o mandatario debe mínimamente conocer (por ejemplo, la diferencia entre Estado y Gobierno que a muchos candidatos, a propósito de elecciones, les he escuchado confundir y utilizar como sinónimos), error que va más allá del simple desconocimiento del significado de los términos puesto que les ha llevado a navegar por mares de ignorancia y perversidad en los cuales arrastran a todo un país. Una de las claves en ello, sin duda, es la educación; y por supuesto, la honestidad, la transparencia y la capacidad en el quehacer público. Lamentablemente en estos casos, una cosa lleva a la otra, y el círculo continúa mientras no nos atrevamos a romperlo… ¿Ha tenido usted los gobiernos que merece?… Estamos a tiempo, piénselo, vale la pena.

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