Sandra Xinico Batz
sxinicobatz@gmail.com

Hace 37 años el 25 de mayo cayó martes, ese fue el último día que mi abuelo Tomás Batz Xulú estuvo con su familia y en su comunidad. La mañana del 26 de mayo de 1982 fue desaparecido. Desde entonces no se le volvió a ver. No hubo noticias de su paradero y hasta hoy no se sabe exactamente qué fue de él. Lo que es certero es que su desaparición se debe a su oposición a ceder sus tierras al ejército. No nos queda duda que fue el ejército quien lo desapareció. Quizá su desaparición, como la de miles de personas en Guatemala, quede en la impunidad. Probablemente nunca obtengamos justicia porque así es este país, en extremo racista y desigual, que constantemente quiere borrar nuestra memoria para que los responsables no paguen por sus actos y que primero les llegue la muerte antes que la justicia.

Ahorita mientras escribo sobre esto y cada vez que lo hago, siento que además de dejar registro de lo que ocurrió ese 26 de mayo con mi abuelo, me resisto a que su vida, su historia quede en el olvido, me resisto a que se olvide lo que en estas tierras ocurrió y quienes provocaron todo este dolor y muerte. Siento que de esta forma estoy plasmando la historia y reivindicando la vida de miles de personas que seguramente no saldrán en los libros o en las investigaciones que se publican porque ellas, ellos fueron sólo denominados como “campesinos”, de esos miles y miles que torturaron, mataron y exterminaron junto con sus comunidades por el hecho de ser indios y con la excusa de que eran guerrilleros y por eso merecían morir de las peores formas.

Lo lamentable de todo esto es que en estos últimos 37 años la historia no haya cambiado mucho, por no decir que no ha cambiado nada. Que el genocidio continúe y que a los indios se les siga matando de empobrecimiento y que se siga pensando que son un obstáculo para el desarrollo de este país. Veo una fotografía mientras escribo estas letras, la de monseñor Gerardi yaciendo muerto en su ataúd mientras Álvaro Arzú le contempla, me pongo a pensar que si el Estado y sus altos mandos no se tentaron el alma al matar a pedradas a una persona pública como Gerardi, qué se iban a conmover para no matar a personas que no sólo no eran públicas, sino que por el racismo sus muertes serían justificadas porque si de algo ha servido el discurso de odio contenido en la historia oficial es para terminar tragándonos el cuento de que el ejército sólo hacía su trabajo, el de defender a la nación.

En un mes se vence el usufructo de las instalaciones otorgadas al Archivo Histórico de la Policía Nacional, en donde se encuentran más de 60 millones de documentos en los que se registró las atrocidades y violaciones a los derechos humanos de miles de personas. Este es otro golpe más a nuestra memoria.

Sandra Xinico Batz

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