Francisco Cáceres Barrios
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Recientemente escuché decir que comparando las épocas de Ydígoras o de Lucas con la actual, nuestra vida democrática o gubernamental ha cambiado muchísimo, sin embargo, puedo asegurar que habiendo vivido ambas temporadas políticas se parecen muchísimo a los actuales tiempos, al igual que los cascarones de carnaval, los que a la hora de golpearlos contra la cabeza de una persona se hacen añicos pero que en esencia, siguen siendo la misma cosa: cáscaras de huevo, con un poco de pica-pica adentro, pintura de acuarela en el exterior con diversos colores y diseños y una tapadera de papel de china en su parte superior.
Por aquellos días, este aprendiz de escribiente era estudiante universitario o ejecutivo de una importante empresa y por ósmosis fui adquiriendo paulatinamente el deseo de llevar la contra a tantos que ya insistían en decir que gobernaban en beneficio del pueblo pero, como siempre, solo buscaban satisfacer sus personales intereses y para ello, contaban con colaboradores, empezando por sus respectivos ministros de Gobernación que no se tentaban el alma para hacer desaparecer del orbe terrestre a quien no pensara como ellos o por el simple hecho de que por su edad era rebelde, no dispuesto a bajar la cabeza en señal de obediencia para que el país se siguiera manejando como una finca, con todo tipo de cultivos y ganado pero, sin gente. ¿Alguien podrá insistir en mi equivocación, porque hemos mejorado muchísimo?
Sigue el mismo cascarón, con los mismos componentes y el mismo fin. Deleitarse a sus anchas, aunque sea con el desagrado de los demás. ¿O será que ya no hay jueces y magistrados corruptos; se manejarán los recursos públicos con transparencia y honradez; el Congreso solo legisla en beneficio de las mayorías y dejaron de existir las elecciones a cargos públicos a perpetuidad, manejando como marionetas de feria a los tribunales electorales quienes, siguen diciendo hacerlo apegados a la ley y alejados de las conveniencias particulares de los que manipulan los procesos?
Por eso y más sigo pensando que no hemos cambiado en nada, ni para nada. Lo aseguro, porque sin presiones puedo expresar mi criterio sin que nadie me obligue a opinar de otra manera, como tampoco me mueve interés alguno en decir que el actual proceso es una fiesta cívica o que vaya a terminar en tragedia, pues lo único cierto es que jamás creí que ello pudiera ocurrir en Guatemala con tantos candidatos que la población desconoce y que si alguien tiene referencia de alguno, es porque su idoneidad, capacidad y experiencia dejan muchísimo que desear.
Apurémonos pues. Vamos a jugar al Carnaval con los mismos cascarones de siempre, aunque al día siguiente empecemos el trayecto de la vida, pasión y muerte de un pueblo que sueña, desde que tengo uso de razón, porque nuestras aspiraciones o esperanzas se puedan cumplir, a pesar que bien sabemos todos que de seguir haciendo lo mismo, continuaremos obteniendo los mismos resultados.