Fernando Mollinedo C.

El poder, sin lugar a duda, es la divisa de la clase política: la emergente y la decadente, que alentó en el pasado las supuestas oposiciones y traiciones a los proyectos transicionales a la democracia, quedándose en el lugar que hasta ahora ocupa: un nicho de confort auspiciado por el dinero.

Nuestra Historia política es un ejemplo aleccionador de la anterior afirmación, y en cada día que pasa y nos acerca a la elección, iremos observando los hechos que confirman el aserto expreso.

En el telón de fondo de este escenario encontramos la quiebra del sistema de partidos que se supuso, a partir de los años ochenta y seis en adelante, se afianzaría en aras de una democracia consolidada. No fue así; la proliferación democrática hizo caer a tierra a los partidos ideológicos tradicionales como un fenómeno insólito.

Las nuevas organizaciones políticas tardarán en consolidarse o desaparecerán en un cerrar de ojos; a contrapuesta, la consolidación ideológica (sí la tuvieran) conlleva fijar una hegemonía con raíces profundas en el imaginario nacional, es decir, empezar un trabajo de hormiga para dar a conocer sus ideas por medio de sus nuevos políticos con un liderazgo honrado que no los impulse a enriquecerse de la noche a la mañana de manera ilegal.

De ser así, habrá proclividad en un futuro cercano para apoyar liderazgos regionales débiles o surgidos a última hora, que muy poco les dirán a los electores en estos comicios, pero que, de trabajarlos desde ahora darán su fruto dentro de cuatro años, tanto en los municipios como a nivel nacional. Lo anterior, puede empoderar a la población para entender su realidad política y exigir los cambios necesarios a sus políticos electos y rechazar los vientos de autoritarismo de la vieja política.

La población observa que algunos políticos consideran las leyes como un estorbo y las violentan, en ocasiones de forma directa y en otras con disfraz de simulación avalada por las autoridades de los organismos encargados de impartir justicia, investigación y manufactura de leyes en un claro fraude a la ley, en pos de obtener el poder para enriquecerse rápidos y furiosos en un mínimo de tiempo.

Veamos a la gama de partidos existente en Guatemala: la mayoría de los participantes en esta contienda electoral no son conocidos de la población, carecen del mínimo respaldo político-moral, sin liderazgos confiables; otros son apéndices que se dejan atraer por la ley de gravedad de los que fueron “grandes” y del “quién da más”, significando que lo predecible es el enriquecimiento de los propietarios de esos minipartidos al ser financiados por quienes aún creen en milagros.

La vieja política es una red de personas e intereses con sus ligas oscuras y sus pretensiones que trascienden al Estado mismo, se trata de los viejos intereses que quieren mantener sus fueros de conquistadores; es una derecha política con integrantes del fascismo; dinero y ambición con objetivos precisos bendecidos con el agua bendita y oraciones que expenden algunos religiosos inmersos en actos de corrupción. La oligarquía y grupos afines acechan y no pierde tiempo.

Fernando Mollinedo

mocajofer@gmail.com

Guatemalteco, Maestro de educación primaria, Profesor de segunda enseñanza, Periodista miembro de la Asociación de Periodistas de Guatemala, realizó estudios de leyes en la Universidad de San Carlos de Guatemala y de Historia en la Universidad Francisco Marroquín; columnista de Diario La Hora durante 26 años, aborda en sus temas aspectos históricos, educativos y de seguridad ciudadana. Su trabajo se distingue por manejar la palabra sencilla y coloquial, dando al lector la oportunidad de comprender de modo sencillo el universo que nos rodea. Analiza los difíciles problemas del país, con un criterio otorgado por su larga trayectoria.

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