José Carlos Gª Fajardo
Profesor Emérito U.C.M.
No es posible esperarlo todo del Estado ni de las organizaciones de la sociedad civil, por muy meritoria que sea su labor. Es preciso implicarse comenzando por cambiar de mentalidad ante un hecho que, tarde o temprano, tendremos que afrontar.
Disfrutar de más años de vida supone contar con más posibilidades de seguir madurando y aprendiendo. Poder compartir su tiempo y experiencias con las generaciones más jóvenes y aportar a la sociedad todo ese saber vivir acumulado a lo largo de los años.
Los hábitos adquiridos a lo largo de la vida, la manera en que cada uno de nosotros hayamos cuidado nuestro propio ser (sin perjuicio de la aparición de determinadas patologías inevitables que afectarán sensiblemente la calidad de vida) o unas relaciones socio-afectivas satisfactorias son algunos de los factores claves del envejecimiento positivo.
En algunos países de la UE muchos mayores eligen vivir solos, aunque todavía disponemos de estructuras de apoyo familiar e informal que ofrecen a estas personas poder recurrir a ellas en caso de necesidad. Sin olvidar el fantasma de nuevas familias en las que no se cuenta con las personas mayores y las relegan a la acción del Estado, o de instituciones altruistas. Las aparcan después de haber dejado de ser consideradas como productivas.
Es preciso potenciar un modelo de bienestar que construya independencia entre nuestros mayores, abandonando la idea de vejez como déficit y fortaleciendo la idea de la vejez como oportunidad. Se trata, de potenciar políticas de integración, que abran espacios participativos y favorezcan actuaciones inclusivas, incorporando el auténtico concepto de envejecimiento activo que la OMS estableció en 2002.
La participación en actividades sociales, culturales, deportivas y de voluntariado social contribuye a mantener el bienestar subjetivo entre los mayores; siendo imprescindible ofrecerles la posibilidad de tomar parte activa allí donde se identifican sus necesidades y se adoptan decisiones que les conciernen.
Las personas mayores son ciudadanos, con derechos, obligaciones, capacidad de decisión y derecho a ser los protagonistas de su propia vejez. De ahí que, a la hora de planificar y programar, tanto la administración como las entidades de la sociedad civil que se encuentran implicadas en su acompañamiento y atención, deben escuchar y atender aquello que los propios mayores expresan entre sus deseos, necesidades y preferencias. Los programas de educación con personas mayores deben partir de aquello que los mayores ya conocen y les interesa. Aprender ayuda a las personas mayores a completar su proyecto vital, reforzando el compromiso con la vida que previamente se tuviera.
Para que nadie pueda llegar a sentirse un niño, encerrado en un cuerpo envejecido, y que se pregunta con terror y desconcierto, “¿Qué ha sucedido?”.