Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

post author

Adolfo Mazariegos

Definir adecuadamente el término “demagogia” y contextualizarlo correctamente en el marco del acontecer cotidiano de una sociedad, a pesar de que es algo con lo que convivimos prácticamente a diario (particularmente en época de elecciones), sin duda requiere de suficiente espacio y tiempo. Por ello no ahondaré en la historia, etimología o en una extensa definición científico-social del concepto. No obstante, valga decir, en todo caso, que dicho término encierra un significado que sin duda puede resultar controversial y que, en el marco de lo político y del ejercicio de la política (que no son lo mismo, hay que decirlo), la demagogia está asociada a ofrecimientos irrealizables, a promesas que estimulan los sentimientos de la población mediante falacias, omisiones, falsos dilemas, medias verdades, etc. Eso usualmente lo vemos en campañas (aunque no con exclusividad) en el marco de procesos electorales como el que actualmente vive Guatemala. Y se supone que, una vez haya concluido dicho proceso, el candidato o los candidatos que hayan hecho uso de tal “herramienta o táctica” para obtener el voto popular, dejen de utilizarla, en virtud de que ya no les es necesario puesto que su objetivo es, precisamente, ser electos dentro de un variopinto abanico de posibilidades. Por ello es preciso tomar en consideración que un demagogo aprovecha el uso de dicha práctica para llegar a la gente y hacerle creer uno y mil cuentos fantásticos que, con el correr del tiempo, las más de las veces se convierten en esa simple retórica con la que se construyen muros en contra de los que choca una y otra vez el pueblo utilizado, (eso, por supuesto, no es nuevo; es decir, no se está descubriendo el agua azucarada con traerlo al papel como punto de partida, quizá, para una reflexión al respecto en el sentido de la concienciación necesaria para la emisión del voto en las urnas). Cuando vemos, como ciudadanos comunes y corrientes, las mismas formas de actuar; los mismos discursos vacíos con los que se subestima al ciudadano; prácticas alejadas de lo establecido en el marco normativo del Estado; cuando seguimos escuchando reiteradas promesas incumplidas; cuando abundan las excusas de por qué no se ha realizado lo ofrecido; cuando nos dicen una cosa pero resulta otra; entonces nos empezamos a cuestionar qué significado tiene realmente la palabra “demagogia” en la práctica del día a día del ciudadano de a pie (como suele decirse), dado que dichas actitudes las seguimos viendo cotidianamente, aquí, allá y más allá… Como expuse en alguna otra ocasión en este mismo espacio con respecto a otro tema: no es normal, pero lo vemos y lo aceptamos como si lo fuera, como si así debiera funcionar el sistema y como si así debiéramos aceptar vivir porque no queda de otra… La cosa no es así, o no debiera ser así. Y estamos en el momento justo para pensarlo y tomar decisiones que empiecen a cambiar esa dinámica perversa con la que “pareciera” que tristemente nos vamos acostumbrando. ¡Pensarlo, vale la pena!

Artículo anteriorEl sentido de las humanidades
Artículo siguienteDiscurso de odio