Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Eduardo Blandón

Decían en el convento, o a alguien se lo escuché, que era buena costumbre pedir un deseo cada vez que se entraba a una iglesia por primera vez. Lo empecé a hacer desde los 14 años, convencido en que Dios cumplía fielmente las súplicas si se hacían con fe. Y en ese tiempo lo que me sobraba era eso, la confianza en los milagros y el sentimiento de que todo se realizaría por la bondad suprema del creador.

Olvido mis peticiones, supongo que tendrían que ver con solicitudes conforme la edad. Lo que sí tengo claro es que rogaba a Dios por mis padres, por su salud, bienestar, pero, sobre todo, que les diera la suficiente vida para tenerlos conmigo hasta que creciera y me vieran realizado profesionalmente.

No sé qué tipo de obsesiones tenía, quizá la convicción de que parte de “honrar a padre y madre”, tenía que ver con el esfuerzo de hacer patente para ellos la felicidad propia. Es decir, que sus sacrificios no habían caído en saco roto y que podían sentirse contentos. De modo que pedía a diario que no los dejara partir hasta que por lo menos fuera mayor, sin saber a qué edad me refería.

El buen Dios fue bueno conmigo. Con creces. Mañana se cumplen tres años de la muerte de mi padre y vaya que estuvo mucho tiempo a mi lado. Pude disfrutar sus últimos años su presencia constante, las visitas frecuentes a Nicaragua, las llamadas telefónicas, los mensajes. Siempre estuvo cerca y habitualmente me trataba como a un niño. Como que su Eduardito se hubiera detenido en el tiempo, en su memoria, y yo fuera el pequeño que siempre necesitaba su ayuda.

Al dejar el convento, sus primeras preguntas fueron, dónde vivía, cómo estaba y cuánto dinero necesitaba para estar bien. Jamás inquirió los motivos de mi decisión, creo que solo quería mi felicidad. No fue demasiado cariñoso, pero siempre estuvo presente con sus consejos y principalmente como padre providente.

A tres años de su partida no dejo de sentirme huérfano. Extraño sus palabras, su sabiduría, sentido del humor y ternura para conmigo. Me hace falta porque confiaba en mí y creía en mi bondad. Creo que estaba confundido y me juzgaba según su corazón lleno de amor. Donde quiera que se encuentre, ahora sabe quién soy yo y eso no deja de atormentarme.

Recientemente visité una Iglesia en San Cristóbal de las Casas y lleno de dudas, con un escepticismo desconocido, he dado las gracias a Dios por el exceso de generosidad en el cumplimiento de mi deseo de adolescente. Sentí que el buen Padre me susurraba al oído, “no te quejes, aún tengo viva a tu madre”. Y me sentí muy pequeño y abrumado por esa suerte de destino en mi vida.

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