Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

[…] En esta segunda parte dedicada (como la anterior) a esbozar breves consideraciones en torno al concepto ‘Democracia’, prudente es partir de aquella idea con que los clásicos exponían su forma de pensar al respecto. La Democracia se encuentra inscrita, como bien sabemos, en ese cúmulo de conocimientos filosóficos de los que se desprende casi toda la teoría que hoy día utilizamos en diversas áreas del quehacer científico-social, no obstante, tiene un sentido muy distinto al de su génesis en tiempos de Platón o Aristóteles. Como podemos notar, en tal sentido, la Democracia ha padecido a lo largo de su existencia: 1) malas interpretaciones conceptuales cuyo significado teórico difiere considerablemente de lo que en realidad se ha logrado llevar a la práctica, y que, por consiguiente, ha dado lugar a nuevas y reiteradas confusiones en lo que hoy día “percibimos” como democracia, y; 2) acciones deliberadas en función de intereses particulares o grupales bien definidos a lo largo de la historia, cuyo fin último es la retención del control de una manera más o menos estable (muchas veces tras bambalinas). Este conjunto de acciones premeditadas o interpretaciones erróneas de la Democracia, –según sea el caso–, y con base en la definición difundida actualmente del concepto como ‘poder del pueblo’, más parecieran formar parte de una serie de pasos previos a la consecución de una verdadera democracia, sin avanzar más allá de lo estrictamente necesario para que todo se mantenga en un estado de permanente transición. En ese sentido, no se puede afirmar con seriedad la existencia de “un algo” si no se han dado todas las condiciones y se han cumplido todos los requisitos y pasos previos para la consecución de “ese algo”. Una cosa es la intencionalidad o los procesos adoptados para la consecución de un fin (la Democracia en este caso), y otra muy distinta el ejercicio pleno tras la consecución de dicha finalidad. De tal suerte, lo que hoy día se vive como Democracia, es más bien y en todo caso, un prolongado período de transición hacia ella sin que esta haya sido aún alcanzada plenamente. Nos hemos acostumbrado tanto a escuchar hablar de la democracia en términos de ese poder del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, que rara vez nos hemos detenido a cuestionar la veracidad de los postulados que le dan vida. Por supuesto, los países desarrollados tampoco escapan a esta vorágine, y como prueba de ello, se puede traer a colación la preocupación que destacados pensadores de actualidad empiezan a manifestar por la crisis que atraviesa la democracia a nivel mundial. En ese caso, sin embargo, existen otros factores que es necesario tomar en consideración para un mejor análisis y abordaje, ya que es de allí, justamente, desde los países desarrollados, desde donde históricamente han salido las corrientes de pensamiento en las que hoy día se basa la mayor parte del pensamiento moderno y, por qué no decirlo, también las tendencias con las que se gobierna la mayor parte del mundo.

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