Raul Molina Mejía

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Nació el 20/02/43. Decano de Ingeniería y Rector en funciones de USAC. Cofundador de la Representación Unitaria de la Oposición Guatemalteca (RUOG) en 1982. Candidato a alcalde de la capital en 1999. Profesor universitario en Nueva York y la Universidad Alberto Hurtado (Chile). Directivo de la Red por la Paz y el Desarrollo de Guatemala (RPDG).

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Raúl Molina

El imperialismo es un hecho actual, determinado por Estados que quieren ejercer dominación política y/o económica sobre otros países. La variante que nos toca vivir es el imperialismo de Estados Unidos, particularmente hacia América Latina y el Caribe. No es nuevo; desde que ese país se quedó con casi la mitad del territorio mexicano y aplicó su política del “gran garrote” en el Caribe y Centroamérica, sus dirigentes nos han considerado su “patrio trasero” y en América Central sus “colonias bananeras”. Partió de la visión supremacista, llamada del “Destino Manifiesto”, que quiso justificar que la “raza blanca” dominara a las otras etnias y que Hitler convirtió en la superioridad aria. La ambición supremacista ha sido enunciada por Trump desde su campaña, con su estribillo: “América primero”, si bien el imperialismo sufre transformaciones, por necesidades fundamentalmente económicas. Sostener colonias pesa en el tesoro nacional y es mejor que las colonias sean manejadas por “locales”, siempre y cuando los recursos y beneficios estén garantizados para la metrópoli. Por ello, la solución estadounidense fue el establecimiento de una alianza estrecha con las clases dominantes de América Latina y la construcción de dos instrumentos para proteger a dichas clases y garantizar los intereses estadounidenses: el sistema político y las fuerzas armadas. Estados Unidos recurre a aplicar acciones militares –invasión con soldados propios o mercenarios– cuando estos dos instrumentos escapan de sus manos y cuestionan a las clases dominantes, como ocurrió en Guatemala (44-54), Cuba revolucionaria, la primera Nicaragua sandinista y, hoy, Venezuela.

Así, las clases dominantes, el CACIF en Guatemala, aunque menosprecien a los “gringos”, los consideran sus principales aliados, se tragan sus humillaciones y terminan siendo proimperialistas. Recordemos que en la independencia de Cuba, muchos de los Criollos de ese país querían anexarse a Estados Unidos, como después soñaron casi todos los dictadores del siglo XX. Es difícil imaginar que las capas medias de nuestros países sean tan proimperialistas como las burguesías; pero la propaganda constante les hace aparecer como “natural” que Trump esté pensando en agresión militar contra Venezuela. No se esperaría que las universidades, las iglesias y la prensa favorecieran este inhumano acto; pero su silencio en este momento es tan cómplice como colocar banderitas con barras y estrellas en las ventanas de sus casas. La supuesta “neutralidad” frente a las agresiones del imperio no es más que apañar sus ilegales e ilegítimas acciones. A nuestros pueblos les corresponde solamente la posición antiimperialista, lo cual no quiere decir que nos hagamos “enemigos” del pueblo estadounidense, ya que las clases dominantes de Estados Unidos aplican el imperialismo también contra su clase trabajadora y minorías. Pienso que el antiimperialismo del siglo XXI no consiste en quemar banderas estadounidenses, sino que en promover y practicar la solidaridad mutua entre los pueblos. Mucho podríamos hacer por el pueblo estadounidense ayudándole a librarse de Trump y su neofascismo.

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