Edgar Villanueva
Recientemente celebramos la Semana Santa, y algunos tuvimos el gusto de poder viajar al interior de nuestra Guatemala y experimentar las bellezas que tiene que ofrecernos. Desde oriente hasta occidente y de sur a norte, cada vez que tengo la oportunidad de viajar al interior confirmo que no hay país más diverso y encantador que el de la eterna primavera. En esta ocasión viajamos con mi familia a la Tierra de Dios, Puerto Barrios, Izabal y visitamos Santo Tomás de Castilla y Livingston, estimulando la economía local y disfrutando de la comida y las atracciones de este paradisíaco departamento.
Sin embargo, enfrentamos una situación muy desestimulante. ¡Para disfrutar del descanso tuvimos que viajar entre 6 y 9 horas! Esto, a pesar de que Puerto Barrios se encuentra a solo 300 kilómetros de la Ciudad, que lo hicimos con la facilidad de movernos en nuestro propio automóvil, que conocíamos bien la carretera y que en los días que viajamos el tránsito de transporte pesado es menor. Todo el atraso, de un viaje que normalmente tomaría 4 horas, fue gracias a espontáneas “paradas” causadas por comercios ambulantes y exacerbadas por el mal diseño de la red de carreteras y el incumplimiento de las débiles disposiciones legales que existen para regular las construcciones a la orilla de la calle.
En esta ocasión, el “tapón” estaba en Los Amates. Vendedores de frutas, agua pura y todo tipo de productos se organizan sobre la carretera para ofrecerlos y esto detiene el tránsito al punto de generar esperas de dos horas. Nadie lo controla, nadie lo impide y nadie mide el impacto que esto tiene en el comercio o en el turismo. Lo mismo pasó en Chimaltenango y el costo para los guatemaltecos fue de 451 millones de quetzales. Lo mismo pasará en Los Amates, en El Rancho, en el cruce a Morales y en Entre Ríos si no empezamos a tomar cartas en el asunto.
Junto a estas “paradas” nunca faltan los famosos túmulos, otra arbitraria medida erróneamente implementada para la reducción de la velocidad en las carreteras. Cabe mencionar que la construcción de estos es ilegal, pero permanecen, se reproducen a un ritmo vertiginoso por todas nuestras carreteras.
No podemos ser competitivos y estimular las economías locales si seguimos en este patrón. Tenemos que tomar medidas serias e inmediatas para eliminar los obstáculos a la libre y ágil locomoción. La solución no son los libramientos pues, además de ser medidas paliativas, su costo es muy alto (solo entre los pasos mencionados tendríamos que hacer una inversión de más de Q2 mil millones solo en la Carretera al Atlántico). Lo que necesitamos es generar los mecanismos que nos permitan diseñar y construir de manera transparente un sistema eficiente y amplio de carreteras para el transporte rápido y seguro de personas y mercancías por todo el país. Esto debe ser complementado con buenas carreteras secundarias donde comerciantes locales también puedan verse beneficiados. De hacerlo bien, los resultados se verán en el corto plazo.