Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
Lo que pareció una noticia escandalosa que embarraba a un candidato presidencial ambicioso dispuesto a pactar con los señores de la droga para financiar su campaña electoral, ha ido adquiriendo proporciones de prolongada y entretenida telenovela cuyo desenlace mantiene en ascuas a la audiencia, puesto que es obvio que todavía queda mucha tela que cortar en relación a ese caso. Porque no era simplemente una negociación para despejar el camino de la droga y financiar una campaña política, sino que además estaba en el tapete, como parte de todo el negocio, el asesinato de al menos una contendiente a la que, según lo que informa la misma DEA, Estrada veía como alguien muy odiada por distintas personas que coincidían en querer quitarla del camino.
Está de por medio, además, el tema cacareado de la soberanía que se esgrimió cuando arreció el ataque contra la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala, entidad que operaba aquí bajo un acuerdo con Naciones Unidas, refrendado por el Congreso de la República, para ayudar a promover el imperio de la ley y buscar el fin de esa eterna impunidad tan nuestra. Se sabe que la agencia para el control de drogas de Estados Unidos, la DEA, opera en todos los países en donde se realiza el tráfico de las drogas y lo hacen sin que exista ningún acuerdo como el que surgió tras la petición de ayuda que Guatemala hizo a la ONU para enfrentar las mafias que operan en el marco de la impunidad.
La investigación del Caso Mario Estrada no fue hecha del todo en Estados Unidos, como dijeron algunos funcionarios al referirse a la ausencia de informaciones compartidas con autoridades guatemaltecas, sino que se inició y realizó en buena medida en territorio guatemalteco con reuniones en las que participaron agentes encubiertos. Pero existe la versión, no corroborada públicamente por la DEA, de que esos mismos agentes participaron también encubiertos y fingiendo ser miembros del Cártel de Sinaloa, en la ya célebre parranda de Jalapa, engalanada, como dirían las viejas gacetillas sociales, con la presencia del mismísimo Presidente Constitucional de la República de Guatemala con todo y su corte de amigos.
De momento el gran misterio reservado para los siguientes capítulos de la interesante trama está en lo que verdaderamente ocurrió en esa pachanga que se prolongó durante varias horas en las que, sin duda, corrió el licor de manera abundante y por lo tanto es previsible que más de alguna “indiscreción” pueda haber ocurrido. Y, por supuesto, que desde el punto de vista de los quisquillosos con el tema de la soberanía nacional, hay abundante motivo para preocuparse porque en juego estaba no sólo la seguridad nacional sino la misma figura de quien, por mandato constitucional, representa nada más y nada menos que la unidad nacional que, por lo visto, puede girar más de lo que alguien imagina alrededor de tratos con los señores de la droga.
No es, pues, momento de apagar los televisores ni de ignorar los nuevos capítulos porque, como decía el finado Abdón Rodríguez Zea, no se vaya porque esto se pone bueno.