Gladys Monterroso
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“Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero”. Santa Teresa de Jesús.
La semana recién pasada, varias religiones vivieron la pasión y muerte de Jesucristo, aún los ateos, o quienes dicen serlo, no pueden abstraerse de la entrada a una época en que el país, y muchos de nosotros mismos, cambiamos un poco, nos hacemos más espirituales, si se puede.
En Guatemala, además de ser un acontecimiento espiritual, también lo es cultural, porque tradiciones muy nuestras se hacen más patentes, sumado a lo inmaterial, ese sentimiento que inunda algo más allá que muchos no podemos definir.
Las alfombras cada año se han popularizado más, ocupan espacios en las ciudades, no solamente la capital y Antigua, Guatemala entera se llena de esa manifestación de arte tan efímera como simbólica, en la que cada grupo, pone su mejor esfuerzo unido a las ideas, las manifestaciones de arte y las espirituales, sumando las culinarias, como es propio de nuestra sociedad, la comida ocupa un lugar fundamental en nuestras tradiciones.
Yo entendía que el momento cúspide de la Semana Santa lo era el Viernes Santo con la muerte de Jesús, pero con los cambios espirituales, culturales y de forma de vida, comprendí que la cumbre es la Resurrección, por la connotación de vida que la misma proyecta, veamos, tenemos que morir, y lo hacemos metafóricamente muchas veces durante el transcurso de nuestra vida, morimos un poco, cuando cambiamos de trabajo, terminamos una relación, nos mudamos de casa, perdemos a un ser querido, migramos, esos y muchos hechos hacen que muera una parte de nosotros, después de cada situación cambiamos irremediablemente.
Lo más importante de ese morir un poco, es levantarnos, lo que se traduce en resucitar, en reinventarnos, aunque queden en el camino de la vida, partes importantes de nuestro ser, como sueños, ilusiones, planes, metas, años, salud, amores, lo importante es podernos levantar y continuar caminando, con muletas, silla de ruedas o arrastrándonos, seguimos adelante aunque sintamos que somos un desecho de lo que fuimos, lo importante estriba en que seguimos en la ruta de la vida y siempre tendremos un objetivo.
He aprendido que siempre tenemos motivos para renacer, y que aunque nuestra cruz, sea enormemente pesada, y caigamos no tres veces, muchas más, siempre habrá una lucecita que nos indicará, que así como la dicha no es infinita, tampoco lo son el dolor ni el sufrimiento.
¿Cuántas veces no hemos sentido que la tierra se hunde, y que los problemas que nos agobian ya no tienen solución, y de pronto algo impensable sucede y encontramos el camino? No creo que exista ser humano que no haya vivido este tipo de experiencias, y cada una de ellas es un renacer después de estar emocionalmente muertos.
Esta época reciente, en la que nos abstraemos de la realidad, sea porque nos quedamos en nuestros hogares con la familia, porque participemos de las tradiciones religiosas, o salgamos a algún lugar, mentalmente y, porque no pensarlo, espiritualmente hacemos una parada en el diario vivir, para después retornar.
Además de este cambio en nuestra rutina diaria, tenemos la oportunidad de observar la maravillosa creación del hombre, en honor al que hace más de 2,000 murió para después enseñarnos que aunque el sufrimiento sea intenso, siempre habrá un mañana, que puede ser mejor.
Es una lección de vida observar la entrega en la confección de alfombras, que me parece son únicas en el mundo, pero también lo es la entrega, con la que tanto hombres como mujeres cargan en andas las imágenes del carpintero que cambió tanto la historia; que la dividió en un antes y un después, se puede dudar de su existencia, pero no de su legado, que se encuentra desbordante de amor, paz, perdón, reconciliación y la esperanza de una mejor vida, acá.