Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
Uno de los temas más socorridos en las series y telenovelas en América Latina es el de la narcopolítica porque para que pueda existir ese inmenso trasiego de drogas es absolutamente indispensable contar con la complicidad de autoridades que pactan para hacerse de la vista gorda, dejando que los cargamentos pasen sin complicaciones. Hay quienes dicen que los decomisos son parte del pacto para taparle el ojo al macho, pero que los grandes cargamentos pueden transitar sin complicaciones y a veces hasta con la protección en los países donde la corrupción está profundamente enraizada.
En reuniones sociales es muy corriente escuchar a gente que comenta el contenido de tal o cual serie basada en la forma en que operan los traficantes y cómo es que se aseguran la protección y lealtad de autoridades en los países que sirven para el trasiego que tiene como destino final el inmenso mercado de Estados Unidos, donde, por cierto, nunca se captura a ningún capo de los encargados de la distribución hasta llegar al menudeo. No deja de ser curioso que quienes están exigiendo a otros países que sean enérgicos en el control del narcotráfico no puedan siquiera presumir de haber dado un golpe que se pueda comparar con la captura de alguno de los tantos barones de la droga.
Y el tema apasiona a las personas porque con esa combinación de poder, violencia y lujuria, las telenovelas tienen todo para captar el morbo de la gente. Pero no se trata de algo ficticio sino de una realidad con la que hemos llegado a convivir de tal manera que ya ni atención le prestamos.
Hace mucho tiempo que se sabe que el narcotráfico compite con la élite económica en el tema del financiamiento electoral que persigue, y logra, condicionar a los políticos para que pongan a todo el país de alfombra para generar ventajas para quienes fueron tan generosos para darles plata para su campaña. Imposible saber quién da más, no sólo porque se trata de aportes secretos sino porque ambos gozan de increíbles beneficios producto de esos pactos.
El caso es que para entender la situación de Estado Fallido que vivimos, donde el bien común salió sobrando y donde el Estado abandonó el cumplimiento de sus fines esenciales para dedicarse a cumplirle a quienes lo han cooptado, tenemos que entender que esa competencia entre narcos y empresarios es la que nos llevó a las condiciones actuales. Y que seguirán porque unos y otros tienen el poder suficiente para garantizar que el sistema se mantenga y que se eliminen hasta las leyes que se habían aprobado, en un momento en el que los diputados se sintieron acorralados, para controlar ese pecado original de nuestra democracia.
El caso de Mario Estrada viene a ser algo así como el Caso La Línea. Ambos sirven para evidenciar toda una realidad que en el fondo intuimos, pero que no llegamos a aceptar y mucho menos a rechazarla abierta y decididamente. Ha calado la idea de que la corrupción es un invento de izquierdistas y nos acomodamos a seguir conviviendo con los Estrada o los Baldetti.