Víctor Ferrigno F.
Al insigne huelguero y demócrata inclaudicable, José Barnoya.
El pasado Viernes de Dolores, se cumplieron 57 años del cobarde asesinato de Noel López Toledo, Jorge Gálvez Galindo y Armando Funes, estudiantes de Derecho de la Universidad de San Carlos de Guatemala (Usac), ametrallados el 12 de abril de 1962, cuando luchaban contra las corruptelas del tirano Miguel Ydígoras Fuentes.
Pensando escribir sobre el heroísmo de aquellos estudiantes, me sorprendió el canto de la Chalana, el grito de protesta de los estudiantes sancarlistas, cada Viernes de Dolores. Una estrofa me sonó de gran actualidad: “Patria, palabrota añeja, por los largos explotada, hoy la patria es una vieja que está desacreditada, no vale ni cuatro reales, en este país de traidores, la venden los liberales, como los conservadores”.
Por dura y cierta, la aseveración huelguera me inquietó aún más y me hizo preguntarme ¿hasta dónde aguantará nuestro pueblo tanta muerte, tanta corrupción, tanta pobreza, tanta opresión? ¿Será cierto que nuestra patria no vale ni cuatro reales?
En el horizonte no se ve ningún movimiento cívico que realmente abogue por un cambio profundo, estructural. El panorama electoral es desalentador, comenzando por una izquierda agónica y marginal, terminando por todas las corrientes de derecha, corruptas, racistas y cínicas.
Entonces me recordé que el momento más oscuro de la noche ocurre antes del amanecer. Así sucedió en 1944, cuando la férrea dictadura ubiquista parecía inamovible, eterna. Entonces, un movimiento magisterial, en apariencia políticamente inocuo, desencadenó el descontento popular que, yendo en aumentó, derrumbó al tirano.
Al grito de ¡Viva Arévalo! la ciudadanía comenzó a demandar un cambio, cuando el educador todavía residía en Buenos Aires, Argentina. Finalmente, derrocada la dictadura, el pueblo eligió democráticamente a un maestro visionario, a un filósofo de la educación, que había sido un duro crítico de la apatía social en Guatemala.
En el plano filosófico-pedagógico, Arévalo se convierte en un subversor de la inercia conceptual existente, constituyéndose en un sólido y permanente inquisidor del statu quo. Tal concepción se expresa en su discurso de inauguración del Instituto Pedagógico de San Luis, Argentina, en 1942, al sostener que surge como un “centro de agitación espiritual” y de investigación de las ideas, recordando que las universidades surgieron en Grecia para “enfrentar el modo gregario y rudimentario de vivir”.
Siendo Presidente, al fundar la Facultad de Humanidades, define a los humanistas como “caudillos de la inconformidad”, evidenciando su concepción filosófica sobre el humanista, como un hombre de acción, un político de principios.
Al dejar la Presidencia, Arévalo impulsa lo que él denominó el socialismo espiritual, una formulación filosófico-política que surge del liberalismo con un sentido socializante: la plenitud del individuo en un marco de bienestar social. Considera que defender y enaltecer la dignidad del ser humano no es incompatible con una justa regulación de la economía social de mercado.
Reflexionando sobre los Viernes de Dolores, pienso que para la gran mayoría el dolor no cesa de lunes a domingo y, doliente, me pregunto ¿dónde está el nuevo Arévalo?
Oigo en la radio al comediante Morales defender su desgobierno; en la calle le responde la Chabela, huesuda y cierta: “Contemplad los militares que en la paz carrera hicieron/ vuestros jueces a millares que la justicia vendieron,/ vuestros curas monigotes que comercian con el credo/ y patrioteros con brotes de farsa, interés y miedo”.