Gladys Monterroso
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“Guarda a tu amigo bajo la llave de tu propia vida.” William Shakespeare
Su nombre era Héctor, pero en el gremio de abogados, en la Usac, y en los diferentes lugares a los que nos fue a representar, se le conocía por su apellido, y que identificaba a un ser humano de grandes quilates, los que fuimos seleccionados para gozar de su amistad, conocemos el gran valor que ese apellido significa.
Conocí a Héctor, mi amigo, hace muchos años, formamos un grupo de estudios del primer grupo de Doctorado de Derecho de la San Carlos, compartimos infinidad de jueves desayunos en el Instituto de Derecho Mercantil, pero fuera de esos espacios, éramos amigos, confidentes de muchas inquietudes, y ante todo éramos leales.
Los Aqueche, como eran conocidos con su esposa, la gran jurista Elisa Sandoval, marcaron una época en la Facultad de Derecho, fueron una mancuerna siempre, aunque tuvieron sus diferencias, para él, y me consta, Elisa nunca dejó de ser su otra parte en la vida, si bien estuvieran físicamente separados la conexión que los hizo formar un hogar, no se disolvió, como sucede en otros casos, él no se alejó nunca de ella, ni ella de él.
Héctor Aqueche fue el mejor catedrático de Lógica Jurídica, una materia muy difícil, fue un jurista reconocido internacionalmente, así se le reconoce, y así se le recordará, pero para mí, y los que lo quisimos tanto, fue mucho más.
Amó la docencia, fue un leal amigo, pero además un magnífico padre, siempre que se refería a sus hijos lo hacía con un gran orgullo, Rafael, Pablo y su ojito derecho Christa, en los últimos años, su vida la complementaron sus nietos, siempre que platicábamos me contaba sus avances, las gracias, y lo inteligentes que eran, Agustín, Ximena, y Estephanía, llenaban su vida, pero en los últimos años, Estephanía, era su compañera, tanto que no podíamos hablar sin que me comentara su última gracia, sus lugares preferidos. Su vida eran, no en ese orden, su Usac, la academia, Elisa, sus hijos y sus nietos.
Hace aproximadamente dos meses nos enteramos que se encontraba hospitalizado por problemas del corazón, estuvimos pendientes de su evolución, después supimos que lo operarían a corazón abierto.
Éramos parte de diferentes grupos, uno de ellos era el del doctorado. Teníamos años de no reunirnos, después de infructuosos esfuerzos, coincidimos varios en juntarnos el 30 de marzo, pero en último momento por diferentes razones, varios compañeros fueron cancelando, Héctor no se había pronunciado, y quedamos solamente las tres compañeras, decidimos seguir adelante, en último momento él se apuntó y nos reunimos los cuatro, estaba ya cerca la fecha de la operación, pero el desbordaba vida, estaba tan positivo que en la reunión, que hicimos planes para después de la operación, en ese espacio de tiempo lo menos importante fue la intervención, hablamos de la amistad, la familia, el amor, los recuerdos, los cariños, obviamos, no sé por qué, que vendría una operación delicada.
Ese sábado me pidió un favor, me dijo: Después de la operación, quiero que me des la oportunidad de incluir en tu artículo un agradecimiento al IGSS, porque fíjense muchá, que como me han tratado de bien, un servicio de primera, y fíjate vos (me dijo) que quiero agradecerlo, especialmente al Cachimbiro Contreras (así le llamaba al Director del IGSS, y así lo transcribo).
Claro, le contesté, solo nos ponemos de acuerdo, pero ese fue el último día que nos vimos, mi amigo ya no regresó de la operación, su corazón que tanto cariño nos dio, que tanto apoyo nos brindó se agotó de florecer tanto y decidió descansar.
Héctor, me apoyó en los momentos más difíciles de mi vida, estuvo pendiente siempre de mí, de otros amigos también, que nos debemos sentir agradecidos que haya sido parte de nuestra existencia. Si, yo no sé cómo voy a superar ese vacío que me deja en el alma, cuán grande será el de su esposa, sus hijos y sus nietos, y de quienes disfrutaron del gran ser humanos que fue.
Hasta siempre querido Aqueche.