Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Eduardo Blandón

Una de las cosas fascinantes del universo lo constituyen las personas. No solo por sus virtudes, que muchos encarnan generosamente, sino sobre todo por sus rarezas. Esas que, por fortuna, Dios distribuyó democráticamente a lo largo y ancho del planeta. Aunque, digámoslo con sinceridad, en esto hay niveles.

Hay sujetos, por ejemplo, que conviene no conocer jamás. Bien por la maldad de su corazón o por su capacidad a veces involuntaria para hacer daño. Me refiero a sicarios, traficantes, padrotes o vaya usted a saber. ¿Es a esos que llamo “raros”? Un poco, son personalidades singulares que nos dejan indiferentes.

Frente a ellos uno se pregunta, por ejemplo, como puede haber tanta mala levadura en un corazón. Como el tipo aquel que abusa sistemáticamente a menores, el patrón que no paga ni con justicia ni a tiempo, el padre que tortura a sus hijos, la madre que se droga relajadamente con su niño en su vientre… y complete usted la lista.

Todo ello es doloroso porque me he ido a los extremos. Sin embargo, la rareza es “ancha y ajena”. El otro día me enteré de una exreligiosa cruel que persiguió coléricamente a su alumna con maltratos propios de literatura trágica. ¿Por qué tanta perversidad? Vaya usted a saber. Los padecimientos los sufrió, según me contó la víctima, dentro y fuera del establecimiento educativo. “Y pensar que conmigo fue un amor”, le conté.

Así somos de extraños. Paradójicos, contradictorios, dialécticamente hijos del averno. Como quien de día simula santidad para, por las noches, aprovechando la oscuridad, depredar sin escrúpulo. Perversos de pacotilla disfrazados con piel de ovejas. Rarezas dañinas, porque quizá debamos admitir también algunas más inocentes.

¿De qué depende la rareza? ¿No será cosa de perspectivas o sensibilidades? ¿Ortodoxia, maniqueísmo? Cabe todo ello. Así, afirmamos lo raro cuando no lo comprendemos. El extranjero es raro, por ejemplo. Las mujeres, ni hablar, dicen algunos. Somos quizá expertos en materia herética. Claro que sí, porque los entendidos dicen que “hereje” viene de “airesis” que significa “separación”.

Declaramos “hereje”, entonces, a aquellos que no piensan como nosotros, los que se “separan” de nuestras convenciones. Pero, bueno, no quiero hacer una defensa de los “raros”. Más bien, he querido referirme a aquellos cuya conducta nos sorprende más que por sus extravagancias, por la maldad y antipatía. De ellos hay que huir despavoridos y optar por los que, en medio de sus diferencias, construyen un mundo más divertido.

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