Eduardo Blandón
El candidato que venza en las elecciones será quien más y mejor prometa. El de buen hablar y elegante porte. Sí, ese seductor asertivo de alta ética. El probo, el enemigo del mundo gay, el defensor de la familia y devoto. El cristiano, el religioso, el que al cerrar los ojos eleva una oración a Dios porque se restablezcan los valores de antaño, el que suspira por la imposición de los valores evangélicos.
Ya sabe, como que todo fuera cierto. El vencedor será el más falaz. El candidato que muestre carácter, el fanfarrón, quien más grite, el que ofrezca balas y mucha sangre. El que exija justicia y hable de pena de muerte. El bravucón, el rudo, el silvestre será el próximo presidente de Guatemala. El más vulgar, sí, el ordinario, quien más rebufe. El gran gallo y pendenciero.
Que nuestro país y su gente no está para manos de algodón. El coliseo patrio quiere sangre, golpes, palizas, venganza. Muerte a los delincuentes, linchamientos a granel. Y aunque el candidato sabe su imposibilidad, para ganar la contienda tiene que ofrecer plomo, “ley del talión”, patíbulos. La iniquidad tiene que aniquilarse, hay que fumigar a las ratas.
Tendremos un presidente a nuestra medida. Como lo fueron en su momento Cerezo, Arzú, Berger, Portillo… y claro, el innombrable. Todos, bravos y píos, razonables e imbéciles, rodeados cada uno de militares, empresarios, banqueros y sindicalistas. Sin excepción, mediocres en el ejercicio del poder, preocupados por llenar sus bolsillos y disfrutar la impunidad. Improvisadores de la administración del Estado.
El que nos gobierne, el próximo presidente de Guatemala, gozará del beneplácito de las élites, las oligarquías o la corte patricia. No se puede de otra forma. Todo está dispuesto para el eterno retorno. No habrá sorpresas. Nuestro siguiente estadista tendrá que arreglar los entuertos de la CICIG y volver las aguas a su nivel. Que esta es la patria del criollo y no puede ser diferente. La blancura tiene que imponerse porque lo contrario (¿en verdad, existió “lo contrario”?), es impensable.
No se escandalice, no hay espacio para la novedad. Un déjà vu descomunal se nos aproxima. Bueno, solo si el milagro se presenta. Pero nada en el horizonte avisa la espectacularidad. Se ciernen nubes sobre Guatemala, la misma puta oscurana que vivimos desde 1986. Si no fuera por los amagos de la CICIG, ya deberíamos habernos acostumbrado. ¿Qué mal estaremos pagando en Guatemala?