Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

Hace más o menos año y medio (o quizá un poco más), escribí en esta columna un breve artículo en el que hablaba de las preocupaciones que, de cara al futuro, a muchos nos produce escuchar acerca del cambio climático y de sus efectos evidentes en el mundo, efectos que también muchos grandes empresarios, intelectuales y hasta jefes de Estado a lo largo y ancho del planeta, dándoles el tratamiento de simple invención cuyos intereses van en detrimento de ciertas industrias, se han empeñado en negar o aceptar como algo serio y delicado que ya ha empezado a pasarle factura a la humanidad sin que siquiera nos percatemos de ello. Justo ayer veía en la televisión un programa en el que se mencionaban algunos de los efectos del calentamiento global y de cómo éstos se han incrementado a pasos acelerados en un lapso bastante corto. Y Guatemala, por supuesto, no escapa a tal fenómeno. Estudios científicos recientes demuestran con hechos que el calentamiento global es una realidad, es más, la temperatura de la Tierra es hoy día dos grados más alta que hace tan sólo unos años, y si comparamos ese dato, a manera de sencillo ejemplo ilustrativo, con la temperatura promedio de un ser humano (37 grados) notaremos que ello equivaldría a tener una fiebre de 39 grados que lógicamente ameritaría algún tipo de tratamiento medicinal que el planeta, en todo caso, no está recibiendo. Las alteraciones climáticas, sumadas a factores como el manejo irresponsable de nuestros deshechos, el uso indiscriminado de combustibles fósiles, o simplemente la indiferencia por lo que eventualmente pueda venir en un futuro cercano afectando la vida cotidiana tal como la conocemos, están constituyéndose en algo que puede resultar irreversible y nefasto no sólo para quienes hoy habitamos el planeta, sino para las generaciones que vendrán o que ya están en camino y que tendrán que enfrentarse a un problema quizá mucho mayor en menos de lo que imaginamos. Negar la existencia de fenómenos y tragedias naturales asociados al calentamiento global y al cambio climático es un error, pero es aún peor ser testigos de dichas tragedias y no hacer nada al respecto. En Guatemala, Chile y Bolivia (por citar algunos rápidos ejemplos) varios cuerpos de agua se han secado totalmente como producto de las extensas sequías y del mal uso que se les ha dado a los mismos durante años, mientras que por el otro extremo, los inviernos copiosos y fuertes tormentas inesperadas, han provocado recientemente inundaciones terribles que han dejado a su paso desastre y zozobra en países como Perú, Chile Ecuador, México e incluso Estados Unidos, entre otros. Honestamente, con todo lo que está sucediendo alrededor del mundo, y con las tristes evidencias climáticas con que hoy día cuenta la humanidad, es difícil creer que la cuestión del cambio climático sea tan sólo una invención intrascendente. Y más preocupante aún es que no tomemos en serio el tema y no hagamos algo al respecto.

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