Carlos Figueroa

carlosfigueroaibarra@gmail.com

Doctor en Sociología. Investigador Nacional Nivel II del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de México. Profesor Investigador de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Profesor Emérito de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales sede Guatemala. Doctor Honoris Causa por la Universidad de San Carlos. Autor de varios libros y artículos especializados en materia de sociología política, sociología de la violencia y procesos políticos latinoamericanos.

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Carlos Figueroa Ibarra

Una falencia que presentaron los gobiernos progresistas observados en América Latina en los primeros tres lustros del siglo XXI, fue que la acumulación de fuerzas que lograron se sustentó en una personalidad carismática. Sucedió en Venezuela con Hugo Chávez, en Ecuador con Rafael Correa, en Brasil con Lula da Silva y en Bolivia con Evo Morales. La dependencia de este liderazgo personalizado ocasionó la búsqueda de la reelección, lo cual llevó a los cuatro personajes mencionados a ser presidentes de sus respectivos países por más de un período. Sucedió también con Argentina en donde Néstor Kirchner se convirtió en un líder carismático y ese liderazgo se lo heredó a Cristina Fernández. Hoy el progresismo argentino no tiene figura más viable para enfrentar a la derecha que la propia Cristina. Aun en Uruguay, país en el cual observamos el liderazgo carismático más atenuado, el hecho cierto es que para lograr un tercer período, el Frente Amplio tuvo que volver a recurrir a Tabaré Vázquez con sus 75 años. En las próximas elecciones presidenciales en Uruguay, presumo que la izquierda uruguaya tendrá que buscar otra figura porque Pepe Mujica también ya es un hombre entrado en años.

En México, Morena ha padecido del mismo mal. Para ganar en Morena tuvimos que hacer muchas cosas, pero todas ellas se vieron enormemente facilitadas por el liderazgo carismático de Andrés Manuel López Obrador. A más de cien días de su ejercicio, el flamante gobierno se beneficia de la enorme popularidad de Andrés Manuel que no ha cesado de crecer desde el día en que fue elegido. En el momento de escribir estas líneas, la popularidad del Presidente roza el 80%. Lo bueno o lo malo de esto, depende de cómo se vea, es que ese liderazgo histórico ya tiene fecha de caducidad: octubre de 2024. En ese momento Andrés Manuel se irá a “La Chingada”, su quinta de Palenque. El tema viene a cuento porque la derecha mexicana ha hecho un escándalo con la iniciativa de ley que el Presidente ha enviado al Poder Legislativo para que en 2021 se someta a consulta si continúa o permanece en el cargo. La derecha hace una lectura retorcida de la iniciativa presentada por López Obrador: lo que éste quiere es en realidad aplanar el camino para reelegirse en 2024. El martes 19 de marzo en su habitual conferencia de prensa matutina, Andrés Manuel cumplió al firmar el compromiso de que no buscará la reelección.

Plantear la reelección presidencial en México es un despropósito que ignora la historia de ese país. La bandera que inició la Revolución Mexicana y que costó un millón de vidas (10% de la población) fue precisamente “Sufragio Efectivo, No reelección”. Andrés Manuel López Obrador es ferviente convencido de este principio y actuaría en contra de su propia esencia si en 2024 buscara reelegirse. No pocos de los partidarios de AMLO estarían por su reelección. Para mí es positivo que esto no suceda. La Cuarta Transformación dependerá por ello de instituciones y no de una personalidad.

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