Ana Cristina Morales

crismodenesi@gmail.com

Médica y cirujana licenciada por la Universidad de San Carlos de Guatemala, especializada en psiquiatría con arreglo al Programa USAC/IGSS. Con las especializaciones de atención en psicoterapia a mujeres maltratadas, así como en adicciones y Supervisora psicosocial. Autora de -Aprender a perdonar. “Una herramienta en psicoterapia”, publicación personal, y coautora del artículo: “Consecuencias biopsicosociales del abuso sexual”, del libro Síndrome de intestino irritable y otros trastornos relacionados, publicado por Editorial Panamericana. Del libro “El perdón y la salud” de editorial Plataforma. Columna de opinión “Conversando con la Psiquiatra” en el periódico guatemalteco “La Hora”, Trabaja en oficina privada como psicoterapeuta y psiquiatra.

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Dra. Ana Cristina Morales Modenesi

Reflexionar acerca de algunas condiciones del diario vivir que enfrentan las y los guatemaltecas nos proporciona conocimiento acerca de factores de riesgo para la salud física y mental de la población.

Un día como otros Susana emprende su cotidianidad. Comienza en la oscuridad a las tres de la mañana, empaca la comida de sus hijos, la de su marido y la de ella misma. Se baña con el apartadijo de agua que hizo en un tonel el día anterior, cuidadosa de no desperdiciarlo para que abunde para todos. Cada palanganada que vierte sobre sí misma la despierta y la energiza con cierto grado de dolor.

Los niños y marido aún dormidos, les considera su sueño lo más que puede. Pero ya pasaditas las cuatro los despierta para que también se bañen y arreglen sus cosas. Que guarden los panitos y la comida que les ha preparado y se apuren para tomar el transporte. Todos le rezongan que hubiesen deseado seguir en el sueño. Pero, también se incorporan a la rutina, el marido le alega por una camisa cuyo cuello no quedó bien planchado, ella no refuta, le alcanza otra y le dice ponete mejor esta, te queda bien.

Todos salen de casa media hora antes de las cinco, eso ya es tarde, y se dirigen a puntos distintos, la madre se despide de los hijos y estos ante el apuro y el desconcierto del inicio del día pierden la oportunidad de darle gracias y  desearle un buen día. El marido aún resiente el cuello de su camisa, así que de ninguna manera  le dirigió una mínima palabra.

A ella se le escapa un primer transporte, el que le sigue va tan atorado que no la lleva, y al que por fin sube, seguramente la llevará a su destino de manera tardía. Ella inclina su cabeza y entre la multitud de manera silenciosa inicia sus oraciones dedicadas a Dios, suplicándole por la indulgencia de su jefe. Llegará tarde a su trabajo, y eso no será la primera vez, tiene miedo de perderlo, sabe que hoy en día tener uno, cualquiera que sea, no es fácil.

Llegar a su trabajo le implica cruzar casi toda la ciudad, desde donde ella vive. En promedio ha estado durmiendo un aproximado de cinco horas por día. Ayer, fue domingo, pudo hacer una siesta y piensa que eso la dejó con mayor lentitud, porque fue un día fuera de su rutina diaria. Se siente ya cansada y ni siquiera ha comenzado su trabajo.

En el bus, dos pasajeros comienzan a alegarse, ella no se dio cuenta el motivo, pero siente miedo de observar sus palabras y expresiones por lo que busca tomar distancia del suceso. Los otros pasajeros también desean huir de la situación, pero no hay lugar suficiente para hacerlo.

La parada de destino se hizo sentir lenta, pero al llegar una especie de liberación la invadió. Asió  sus pertenencias de manera fuerte, y comenzó a correr en dirección al lugar de trabajo, no se percata que, en ese brusco movimiento, su comida cae. Llega al trabajo de manera justa, sin comida, sin dinero y ya con hambre. Una compañera de oficina al saber de ello, le ofrece de sus viandas y le dice que no se preocupe, que ella lleva consigo suficiente para compartir.

Y este tan solo es el inicio de un primer día como otros…

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