Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Oscar Clemente Marroquín
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Mi primer recuerdo de alguna campaña electoral en el país se remonta a los meses posteriores al asesinato de Castillo Armas cuando en 1957 Miguel Ortiz Passarelli fue candidato oficial y se le declaró ganador ante el general Miguel Ydígoras Fuentes quien alegó fraude en los comicios y organizó la protesta de cientos de bicicletas circulando alrededor del Parque Central hasta derrocar al Gobierno y forzar a una nueva elección. Al repetirla, el oficialismo lanzó como candidato al coronel José Luis Cruz Salazar, quien fue derrotado por Ydígoras en medio de una campaña agria en la que se utilizaron prácticas que fueron calificadas como campaña negra y fue esa la primera vez que recuerdo haber escuchado el término, no obstante lo cual el tomar posesión de la Presidencia, Ydígoras llevó al Gabinete a su adversario como ministro de Comunicaciones.

Desde entonces creo que en todas las campañas han proliferado ese tipo de golpes bajos y generalmente basados en infundios que son parte de lo que, según el decir de viejos políticos marrulleros, le daba sabor al caldo. De pronto aparecían la ciudad y las cabeceras departamentales plagadas de volantes impresos conteniendo ataques y golpes bajos contra alguno de los aspirantes o se recurría a difamación en algunos medios de comunicación que en esos primeros tiempos eran básicamente prensa escrita y radiodifusoras pues la televisión recién había empezado a transmitir en el país y su difusión era apenas incipiente.

Conforme las campañas se fueron sofisticando también lo hicieron las campañas negras y en algunas ocasiones hasta se ha contratado a expertos internacionales que se han forjado un nombre precisamente por el manejo de diversas formas de actos para destruir a los oponentes.

Pero con todo eso, creo que lo que ahora nos tocará vivir es algo sin precedentes porque ni siquiera en la elección pasada, cuando el pueblo torpemente se decantó por quien creyó que era ajeno a los vicios de la política, se dio en tal magnitud la influencia de las redes sociales que en esta ocasión serán muy importantes y, como en el pasado, se habla ya de algunos asesores que saben utilizar muy bien ese recurso para aprovechar el anonimato que puede encubrir el origen de las más devastadoras acciones contra algún candidato.

Si en Estados Unidos, donde se supone que hay un electorado más preparado y conocedor de la democracia, la última elección fue decidida en buena parte por la influencia de las redes sociales, ya podemos imaginar el efecto que tendrán ahora en Guatemala todos esos netcenters tan diestros en el manejo de cuentas falsas para propagar ya no sólo campañas negras sino campañas realmente asquerosas que van a ser la tónica de esta contienda.

No hay forma de aclarar las mentiras que se digan ni hay forma de prevenirlas porque en ese sentido estamos en pañales, no digamos si quienes tienen que investigar ese tipo de acciones criminales son aquellos que ahora son simples observadores que presumen de estar vigilantes.

Por ello es que se puede vaticinar que esta campaña se hundirá hasta niveles insospechados por la devastadora influencia de esas redes sociales que permiten con tanta amplitud la falsedad, el engaño y el anonimato.

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