Arlena Cifuentes
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La Cuaresma es el tiempo litúrgico de conversión, que marca la Iglesia Católica para prepararnos a la gran fiesta de la Pascua. Es tiempo de arrepentimiento y de cambio con el fin de ser cada día mejores cristianos.

La Cuaresma dura 40 días; el color litúrgico de este tiempo es el morado que significa luto y penitencia. Es un tiempo de reflexión en donde Cristo nos llama a cambiar de vida a través de “la oración, practicando el amor al prójimo y la abstinencia”. Es un tiempo de conversión espiritual, de gracia y reparación durante el cual aprendemos a conocer y apreciar la Cruz de Jesús; y también a tomar nuestra propia cruz conduciéndonos hacia la gloria de la resurrección.

La Cuaresma tiene su origen en el siglo IV, constituyéndose en un tiempo de penitencia y de renovación a través de la práctica del ayuno y de la abstinencia. La práctica penitencial de la Cuaresma se ha venido aligerando cada vez más, por lo que la Iglesia debería esforzarse en retomar y observar su verdadero espíritu.

La vivencia de la “caridad” ocupa un lugar especial dentro de las prácticas cuaresmales por lo cual debemos hacerla realidad con aquellos a quienes tenemos más cerca o con quienes se nos hace más difícil ponerla en práctica.

Para vivir este tiempo debemos arrepentirnos y confesar nuestros pecados. Luchar por cambiar, a partir de reconocer nuestros mayores defectos adentrándonos y poniendo la vista en nosotros mismos; ofrecer sacrificios, aquello que más nos cueste, renunciando a la murmuración, al egoísmo, a la satisfacción de nuestras propias pasiones, practicando la paciencia; es decir, muriendo nosotros mismos haciéndolo y ofreciéndolo todo por amor a Dios; así como, la práctica de la Oración la cual nos lleva a restablecer o reafirmar nuestra relación con Dios.

“El Papa Francisco durante el rezo del “Ángelus” el pasado domingo advirtió de los peligros de dialogar con el diablo. Nos habla de las tres tentaciones que el mundo nos ofrece. “La codicia de posesiones que nos lleva a creer que todo es posible sin Dios. La segunda tentación es “el camino de la gloria humana… Se puede perder toda dignidad personal si se deja corromper por el ídolo del dinero, del éxito y del poder.

La tercera tentación: instrumentalizar a Dios para obtener ventajas… Pedirle gracias que sólo sirven para satisfacer nuestro orgullo” Todas ellas nos separan de Dios”

“La Cuaresma es signo sacramental de conversión, es una llamada a los cristianos a encarnar más intensa y concretamente el misterio pascual, en su vida personal, familiar y social, en particular mediante el ayuno, la oración y la limosna.

Ayunar, o sea aprender a cambiar nuestra actitud con los demás y con las criaturas de la tentación de “devorarlo” todo, para saciar nuestra avidez, a la capacidad de sufrir por amor, que puede colmar el vacío de nuestro corazón.” Intentando llenar, por ejemplo, esos vacíos espirituales con prácticas equivocadas como las adicciones, los apegos a personas de quienes hacemos el centro de nuestras vidas o de la embriaguez que produce el poder en sí mismo.

“Orar para saber renunciar a la idolatría y a la autosuficiencia de nuestro yo, y declararnos necesitados del Señor y de su misericordia. Dar limosna para salir de la necedad de vivir y acumularlo todo para nosotros mismos, creyendo que así nos aseguramos un futuro que no nos pertenece”.

No dejemos transcurrir en vano este tiempo, pidamos a Dios que nos ayude a emprender un camino de verdadera conversión. “Abandonemos el egoísmo, pongamos la mirada fija en nosotros y dirijámonos a la Pascua de Jesús; hagámonos prójimo de nuestros hermanos compartiendo con ellos nuestros bienes espirituales y materiales”.

Fuente: Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma de 2019. Redacción ACI Prensa.
ACIPRENSA, Cuaresma 2019.

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