Mario Alberto Carrera
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Para continuar o iniciar el debate sobre el tema de qué pasaría al triunfo de una mujer en las próximas elecciones y su virtual posición en la Presidencia, debo desmitificar uno de los términos que empleo en el titular de esta columna, lanzando este axioma: nunca ha habido ni existido matriarcado ni ginecocracia auténticas en ningún momento de la Historia Universal. Ni geográficamente en ningún punto del planeta, a no ser en un pequeñísimo lugar de la China colindante con el Tíbet. El asunto del matriarcado se deriva de meras hipótesis que fijan en tiempos prehistóricos tal forma de gobierno.
Independiente de tal suposición, son los estudios antropológicos iniciados por la pionera Margaret Mead -en torno a la sexualidad- los que demostraron -para el asombro del mundo en 1930- que la definición de género y sexo es totalmente convencional, hecho que chocó frontalmente con las creencias, religiones y culturas de Occidente. La hombría no se define porque el macho salga de caza y pesca y la hembra se quede en casa y cuide y amamante a los hijos. En las culturas de Oceanía, que estudió la doctora Mead, tales roles funcionan al contrario. Con ello puso en vilo los valores de nuestras religiones que condenan a la mujer a un papel insignificante y humillado y al hombre como jefe de gobierno en su casa y en la presidencia o imperio por derecho divino. No hay libro más misógino que la Biblia sobre todo en el Antiguo Testamento y no se queda atrás el Corán.
Las teorías de Mead y sus sucesoras (entre ellas Luz Méndez de la Vega pionera en Guatemala) y el movimiento mundial de la igualdad de género, es lo que, sin lugar a dudas, ha procurado que diez mujeres accedan a la primera magistratura en América Latina.
Pero con todo el trabajo de Mead y otras intelectuales -y con todo, también, lo que los diversos movimientos feministas han desarrollado desde 1911- poco se ha emprendido y logrado en países como Guatemala, donde la indígena aún camina dos o tres pasos atrás que su cónyuge y ella es la esclava del esclavo. Poquísimo, porque no se logró tampoco, en el Congreso, una cuota parigual de género y de etnia. El Estado guatemalteco es peor que los tres monos sabios en estos temas cruciales. Por eso es un Estado paria.
Por el momento no veo viable ninguna posibilidad del utópico e imposible matriarcado o ginecocracia. Podría ser “feminocracia” a partir de las luchas feministas. Pero ninguna de las tres féminas –mencionadas en la entrega 1- procede de una tradición de tal corriente. Aunque creo que, sobre todo Thelma Aldana, incluirá en su programa de gobierno un respeto y una verdadera reivindicación de la igualdad de género: es gran amiga de las mujeres de Sepur Zarco y porque sé que conoce a fondo los numerales de los ODS y de los ODM que exigen la equidad de género.
Casualmente -para los que somos incrédulos, y para los creyentes acaso por decisión providencial- una de las mujeres que más luchó, en Guatemala, por los derechos de la mujer y que fue pionera en estas duras e ingratas tareas por la equidad de género, falleció el 8 de marzo Día de la Mujer. Me refiero a Luz Méndez de la Vega.
Compartí con ella lecho, ideales y techo durante 25 años. La acompañé en sus afanes feministas. Sé que le costó mucho. Venía de mundos muy tradicionales. Hoy vive la eternidad con Diótima, Hipatia y Lisístrata y yo -desde esta pequeña Guatemala- aún la contemplo asombrado, y desolado por su ausencia.