Cartas del Lector

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Alfonso Mata

De una u otra forma, activistas o no, todos estamos envueltos en la vorágine de la política y sus métodos, procesos y resultados. En su competencia, atinos y desaciertos, en donde la mayoría de nosotros, no somos más que observadores de sus apuestas legales o no. También sabemos todos, que desde 1996 está pendiente el establecimiento de la democracia que jamás hemos tenido, pues no hemos contribuido a formarla. De tal forma -aunque sea redundante mencionarlo- cada cuatro años, definimos quién poseerá y ejercerá el doble poder de la autoridad y el control sobre cada uno de los dieciséis millones de personas que somos. Hablamos de unas mil autoridades electas. Fácil decirlo.

La competencia es intensa, porque los candidatos saben que lo que está en juego y esperan de nuestro voto es «patrimonial» y no «democracia». Ellos saben que con cambio no hay paraíso. Por tanto, no llevan la menor intención de pelearlo: de revertir lo patrimonial en favor de la democracia. Forma patrimonial llamamos, a esa forma de gobierno que como la define Nathan Quimpo «un tipo de regla en la que el gobernante (también aplicable a otros funcionarios) no distingue entre patrimonio personal y público y trata los asuntos y recursos del estado como su asunto personal». De tal manera que con nuestro voto, no ponemos en juego nuestro destino, nuestras familias y nuestros trabajos; nuestro comercio y dinero, nuestros sistemas educativos y cultura, incluso religión. Todo eso y algo que se me olvide está ya definido por la poderosa y radical forma patrimonial que hemos dejado que avance y se consolide. Nadie ni ningún sector queda sin tocar por sus efectos, que a unos beneficia, a los más daña. Entonces ¿en qué basamos nuestra decisión de elección? En algo con gran carga emocional, que devora a contrincantes y otorga el control al ganador.

Pero no todos vemos por igual hechos políticos y lo que sabemos de ellos. Aquellos de nosotros que tenemos más de sesenta años, vemos que con o sin elecciones, ninguno de los candidatos ofrecerá cambio alguno a las estructuras básicas de «lo que siempre ha sido»; el voto nulo será alto en este grupo. Aquellos de menos de cuarenta años, seguramente piensan, «puede ser» pero vivirán bajo la autoridad y control Legislativo de lo mismo y un Ejecutivo y Judicial sin cambios. Sin embargo, la esperanza les domina y a medida de que pasa el tiempo y se acercan las elecciones, la mayoría piensa que algo nuevo en el orden nacional está a la vuelta de la esquina con X o con Y, como algo que se puede esperar y por consiguiente, su voto es hacia él que creen que lleva bajo su manga el cambio. ¿Quién tiene la razón? No creo que sea momento de adivinanzas, pero es evidente ante lo que está sucediendo y se escucha, que los poderes seculares de lo mismo, se encuentran profundamente atrincherados en todos los ponentes y sus partidos, esperando saltar al ruedo como único victorioso.

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