Arlena Cifuentes
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No podía pasar por alto el 8 de marzo, “Día de la Mujer” para decir algo sobre el tema. Lo difícil ha sido definir desde qué perspectiva abordarlo. La vida de mi familia puede ejemplificar un poco lo que le toca vivir a la mujer guatemalteca, aunque debemos reconocer que somos privilegiadas. Dios me concedió tres hijas, una de ellas nació el 8 de marzo, por lo que hoy aprovecho para celebrar y bendecir su vida. Destacan en lo que hacen, por lo tanto hombres como mujeres se sienten amenazados y se encargan de hacer cuesta arriba su camino, las discriminan y les vedan su desarrollo profesional. Son luchadoras, no toleran la mediocridad, van por la excelencia y yo las aliento a ello.

Lamentablemente, desde el personaje más encumbrado pasando por toda la escala social, hoy más que nunca, el hombre que en su debilidad se considera muy macho practica el acoso en todas sus dimensiones y facetas de lo cual ellas no están exentas.

Mi madre, única mujer con cuatro hermanos, trabajó con azadón al hombro a la par de ellos desde los 12 años, no tuvo herencia, la finca fue para los hermanos. Se le vedó el derecho a la educación cuando manifestó su deseo de continuar en la escuela. Su vida fue bastante difícil, compró una finca con ganado, pero tuvo que escoger entre hacerse cargo de la finca o los negocios, optó por esto último. Su sueño que una vez fue truncado al no poder seguir estudiando lo hizo realidad en sus hijas; así nos vimos bendecidas, con tener lo que ella no pudo alcanzar. Por quince años vivió con mi padre siendo objeto de explotación, maltrato físico y verbal.

Mis dos hermanas, la primera ingeniera mecánica en el país, con principios y valores bien cimentados hasta el presente, dejan huella por los caminos que transitan buscando siempre mejorar la calidad de vida de la gente; dándole prevalencia al desarrollo intelectual y emocional; el nivel social no representa para ellas ninguna barrera. No las mueve el protagonismo, no lo necesitan. Desde muy pequeñas se nos obligó a cultivar el hábito de la lectura. Mi padre fue muy rígido y autoritario. lo cual no celebro, el potencial que la lectura desarrolló en nosotras hizo posible formar nuestro propio criterio, sentirnos en igualdad de condiciones con hombres y mujeres, cuestionar lo establecido y manifestar nuestros desacuerdos, aportar nuestro grano de arena dentro del área que cada una escogió, sabedoras de que cada día es un reto y que hay mucho por aprender.

Lo anterior me lleva a centrarme en esa mujer para quien el 8 de marzo no significa nada, esa mujer sin ilusión, deprimida y sin la capacidad de razonar ya que la desnutrición le vedó el desarrollo del cerebro y por ello fue condenada desde niña a vivir en la ignorancia obligándola a creer que solo sirve para el trabajo duro del día a día; además, abusada y violentada, llena de angustias y temores, nulificada por un sistema político y social que decidió condenarla a ella y a su descendencia a sobrevivir en la opresión en condiciones infrahumanas. Estoy segura, que para la mayoría de mujeres guatemaltecas el 8 de marzo carece de significado alguno; diría que más bien puede producir dolor y amargura.

A ellas quiero saludar, a esas abuelas, madres, hijas; mujeres solas, pero sobre todo a las niñas, que son el futuro de este país, con quienes el Estado de Guatemala tiene una inmensa deuda, les debe su dignidad de mujeres que aún no ha sido construida, les debe la confianza en ellas mismas porque las ha sumido en la ignorancia y que redunda en la autoestima, les debe el derecho a discernir y a soñar. Un saludo especial a mi madre en este día, quien tampoco pudo soñar.

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